Super 8

Crítica de Diego Lerer - Clarín

Escenas de los suburbios

J.J. Abrams se luce en esta película de aventuras con niños.

Corre 1979 y Joe, un chico de 13 años, acaba de perder a su madre en un accidente. Unos meses después, al terminar el colegio, se juntará con sus amigos “geeks” para ocuparse de su mayor obsesión: hacer una película de zombies en Super 8.

El equipo, que integra también un “actor” y un especialista en explosiones (Joe se especializa en maquillaje, efectos y construcción de modelos), suma a Alice (Elle Fanning), quien oficiará de actriz y conductora del auto que los lleva a la estación de tren, donde filmarán una escena clave de la película.

Aprovechando el dramatismo que da la aparición de un tren, los chicos filman en el momento. Lo que no imaginan -pero Joe, y luego la camarita, alcanzan a captar- es que ese tren va a ser interceptado por una camioneta, descarrilará violentamente y de allí surgirá algo que pondrá en peligro la vida de los habitantes de ese pueblo de Ohio.

En un filme que homenajea a películas de Steven Spielberg como Encuentros cercanos del tercer tipo y E.T.

, junto a otros filmes producidos por su compañía Amblin (como Goonies, Gremlins y Poltergeist ), así como otros títulos y realizadores de fines de los ‘70 y principios de los ‘80 ( Los exploradores , Zemeckis, el Stephen King de Cuenta conmigo y varios etcéteras), J.J. Abrams crea una película propia, que logra conservar ese espíritu temático, estético y, hasta cierto punto, narrativo.

Hay una serie de dramas de preadolescencia (la relación familiar, la llegada del primer amor, la amistad, la pasión por el cine) que arman la base y son la verdadera sustancia para lo que viene después: un conflicto intenso que incluye a la Fuerza Aérea, apagones, explosiones, extrañas y posiblemente monstruosas apariciones, y varias amenazas que van desde la invasión rusa hasta posibles derivaciones del accidente nuclear en Three Mile Island.

Con esas situaciones, Abrams arma un relato más que fluido, en el que el caos circundante (acaso excesivo si se lo compara con el algo más reposado cine que hacían sus maestros) sirve como teatralización de los conflictos de los personajes. En determinadas escenas, Abrams canaliza al Spielberg de E.T. y Encuentros cercanos..., aunque le suma un gusto algo más fuerte por el cine de terror.

Pero en todos los casos, Super 8 conserva algo mágico y muy difícil de lograr: cada plano y cada corte -además de las expresiones y caracterizaciones de los actores y todos los detalles de producción- remiten directamente a películas de la época. Apenas el exceso de ritmo (la acción arranca con todo ya a los 15 minutos) y algunos efectos delatan la reconstrucción, la mirada del siglo XXI.

Pero, ¿es más Super 8 que el eco de esas películas que adornaron la infancia de los que hoy rondan los 40? Sí y no. Sí, porque Abrams reconstruye también un espíritu que parece faltar hoy: el de una aventura a escala humana, reconocible, mágica y a la vez terrenal. Y no, porque esos mismos condimentos estaban en las películas de entonces, por lo que se siente más como “homenaje” que como una nueva forma de plantearse las superproducciones de aquí en más.

Más allá de esas consideraciones, la experiencia de ver Super 8 es extraordinaria. Un viaje de regreso a una época, sí, pero más que nada a una forma de mirar el mundo. Esa mirada de los 13 años, en la que todo puede ser extraño, sorprendente, mágico y aterrador. Y donde los amigos, el primer amor y las películas están ahí, al lado nuestro, acompañándonos en la complicada travesía.