Sully: hazaña en el Hudson

Crítica de A. Degrossi - Cine & Medios

Un héroe para la historia, no historieta.

A quince días de inciado el año 2009, luego de un 2008 catastrófico en todo sentido y especialmente en lo económico, un capitán de aviación le dio a los estadounidenes un motivo para celebrar. Aquél frío día de invierno en Nueva York, el capitán Chelsey "Sully" Sullenberger echó mano a sus cuarenta años como piloto y sus más de veinte mil horas de vuelo para evitar una catástrofe.
A dos minutos de despegar el A-320 que debía trasladar a 155 pasajeros desde Nueva York a Carolina del Norte una bandada de gaviotas impactó contra el avión y sus motores, inutilizándolos de inmediato. Sin la propulsión necesaria para regresar al aeropuerto de donde había partido, Sully tomó la decisión de usar lo único parecido a una pista que tenía a mano: el río Hudson. Como todos saben, el capitán logró un amerizaje exitoso y todos salieron con vida.
Lo que este filme dirigido magistralmente por Clint Eastwood nos muestra no es solo el temple de un hombre que supo qué hacer en un momento crítico, también exhibe la frialdad de una industria que a través de sus organismos de control se preocupa más por un costoso avión que terminó en el fondo del río que por las vidas que se salvaron. Así la película se basa en la investigación posterior al accidente, las pruebas a las que son sometidos los pilotos y las simulaciones que se hacen para intentar demostrar que Sully no hizo lo correcto.
Eastwood usa acertadamente algunas imágenes que no solo forman parte de las pesadillas que el protagonista padece aún despierto, son también imágenes que forman parte de una realidad muy cercana para los neoyorquinos y que las presenta como en juego de luces y sombras que acaban por realzar mucho más la figura del héroe del Hudson.
Tom Hanks ofrece una labor actoral soberbia en el rol de Sully, plagada de matices y de una sobriedad muy a tono con el estilo que Eastwood imprime a un relato que se torna más emotivo mientras avanza el filme. Pero no es una emotividad forzada por el director; es la emoción que surge ante un relato sincero y la celebración de la responsabilidad y el profesionalismo, algo no muy común en estos tiempos.