Suite francesa

Crítica de Rodolfo Bella - La Capital

El director inglés Saul Dibb hizo un recorte muy cuidado de “Suite francesa”, la singular novela póstuma de Irène Nemirovsky, en su adaptación al cine. A su vez se concentró en “Dolce”, la segunda parte de esa obra inconclusa, donde la escritora de origen judío, que escribió su obra paralelamente a los hechos que narra, recrea el avance implacable de la ocupación alemana de Francia. Dibb elaboró un guión respetuoso con los personajes que le dan soporte al contexto histórico. Y entre ellos -no todos amables ni políticamente correctos y descriptos con bastante ironía en el libro (“Comenzá una guerra para saber cómo es la gente”, dice uno de ellos)- enfocó en la relación entre una francesa, Lucille (Michelle Williams), con un marido prisionero de guerra, y un oficial alemán, Bruno (Matthias Schoenaerts). El hombre se instala en la casa que comparte con su suegra (Kristin Scott Thomas) -los tres, como el resto de elenco, interpretados de forma magistral-, que le recuerda a cada instante que ese militar con buenos modales, por más que toque el piano y que componga música, es su enemigo. Sin descuidar el aspecto formal, el montaje y la puesta en escena, todos impecables, el cineasta ajusta gradualmente el foco sobre Lucille y Bruno. El director describe con trazos delicados la angustia de dos personas en un contexto desfavorable para el amor. Nemirovsky, que murió en Auschwitz en 1940 y que, según consta, sospechaba cuál sería su final, se permite mostrar a dos personas que intentan aferrarse a algo en medio de la desolación. Y Dibb apuesta a mostrar las contradicciones entre el deber y las pulsiones, y dos personas unidas por el amor, pero también por sus circunstancias, la tragedia y la soledad.