Sudor frío

Crítica de Diego Barcia - Espacio Cine

Terror cercano

Según las palabras del propio director, esta película marca el retorno del cine de género y de terror nacional a las salas comerciales “en casi 50 años”. No es que no se ha estado haciendo nada: los hermanos Bogliano y su equipo de Paura Flics vienen del underground y de hacer circular sus trabajos mayormente en festivales, sobre todo en el Buenos Aires Rojo Sangre, así como otros realizadores, como Daniel de la Vega (que hace unos breves cameos en Sudor Frío), que ha hecho dos películas, entre ellas Jennifer’s Shadow (2004, con Faye Dunaway), o también Pablo Parés, pionero de esta corriente a partir de uno de los primeros largos del palo hechos en video, Plaga Zombie (1997). Además, claro está, de varios otros que han estado alimentando el BARS desde sus inicios, e incluso un poco antes.
En 2008 Visitante de invierno, de Sergio Esquenazi, llegó también a las salas, aunque con una tímida difusión y recepción, a partir del festival de Pinamar. Este filme probablemente fuera el primer exponente del horror argentino en llegar al circuito comercial en algo así como 20 años, desde Alguien te está mirando (1988), de Horacio Maldonado y Gustavo Cova.
Pero todos estos indicios y señales de realizadores que aman y cultivan el género en este rincón de Latinoamérica, admitiendo influencias dispares que van desde los autores mayormente norteamericanos que le han dado sus cimas (De Palma, Stuart Gordon, Carpenter, Tobe Hooper, George Romero) hasta el giallo de Argento, vienen a confluir y desembocar en este estreno, que se ha convertido en la punta de lanza, por así decir, de las actividades que el BARS ha permitido florecer y desarrollar durante años de trabajo y difusión.
Desde que Sudor Frío comienza, con una secuencia de material de archivo bastante poco frecuente de los crímenes de la dictadura militar, incluyendo escenas explícitas poco vistas anteriormente (si son recreaciones, no lo parecen), su planteo se evidencia como original y no como una mera copia del modelo hollywoodense. Esto es evidente desde la elección de los villanos octogenarios, torturadores del autodenominado Proceso, en nada parecidos a Freddy, que se niegan a aceptar el presente. Juntos conforman una dupla bastante cómica y patética, lo que da pie para generar un humor negro rayano con la parodia que recorre todo el metraje.
Uno es el cerebro, especie de científico loco; el otro representa la fuerza bruta de los siniestros grupos de tareas. Se dedican a capturar adolescentes incautas por medio de un ingenioso recurso, aunque sus verdaderos motivos para sus experimentos horrendos, más allá de su ideología y de la propia naturaleza criminal y sádica de sus autores, no queden del todo claros.
Sus problemas comienzan cuando el novio (Facundo Espinoza) de una de las víctimas (Camila Velazco) va en su búsqueda ayudado por una amiga, Ali (Marina Glezer). Sus investigaciones los llevan al umbral de una vieja casa misteriosa, donde los asesinos han vivido desde hace muchos años conservando una serie de cajas de dinamita de la Triple A. Una vez dentro de ese espacio, ingresan en el terreno de la ficción, donde puede surgir verdaderamente el horror.
Y en esa especie de suspensión del tiempo y la realidad puede suceder cualquier cosa, porque es anárquica y no admite reglas, como demuestra el acertijo que hay que resolver para pasar, una especie de alusión a Lewis Carroll. De ahí la presuposición de que el espectador no va a necesitar explicaciones para cada una de las apariciones allí dentro. Quien no lo acepte sufrirá la película, si además ya estaba desconcertado con la elección de esos asesinos más parecidos a Burns que a Jigsaw.
El problema surge cuando en pos de esta libertad el argumento queda en un segundo plano respecto a la resolución de las escenas: aquí, ya entrada la proyección, se tiene la sensación de que se está jugando un poco más allá del borde de la credibilidad.
Uno de los inconvenientes es el espacio: hay dificultades para entender dónde están los protagonistas durante determinada secuencia. El otro, la manera de resolver los conflictos hacia el desenlace. El mecanismo que permite anudarlos está posibilitado por la calidad casi farsante de los villanos, y por momentos de sus oponentes, pero la comicidad negra no alcanza del todo a justificar ciertos deslices que dificultan la progresión del relato, más algunas vacilaciones que alcanzan para diluir la concentración del espectador.
Los aspectos técnico y visual son los fuertes de Sudor frío. Es un perfecto exponente del género, y tanto el trabajo en el sonido como en la musicalización son brillantes. Aliados a una lograda factura de efectos visuales, como nunca habíamos visto en el cine nacional, sus resultados no podían ser más prometedores. Aún las escenas más gore son resueltas con una solvencia envidiable. Lo que se extraña, o se requiere, es un trabajo más elaborado en el guión, no tanto en el diseño de los personajes, sino en la estructuración de los hechos: por ejemplo, los flashbacks dedicados a la historia previa de los dos torturadores no aportan demasiado a la trama, y terminan funcionando como mero relleno.
Aún así hay que ver a Sudor frío como un comienzo auspicioso y no como una culminación.Tiene méritos y defectos, pero es una propuesta sumamente arriesgada. Se ha estrenado con 37 copias, una cantidad nada desdeñable en lo que respecta al cine doméstico, y ha llevado alrededor de 40.000 personas en su primera semana en exhibición. No es que la taquilla determine la calidad, pero tratándose de un filme de género verdaderamente independiente, la noticia no es precisamente mala. Además, el equipo realizador tiene pensado seguir produciendo, comercial o independientemente, y ya está en proceso de terminar otra película llamada Penumbra, que, según promete Bogliano, va a estar más centrada “en el argumento”.
Es evidente que este director no ve al terror como un mero muestrario de sangre (error en el que está incurriendo Hollywood), sino como una manera genuina de hacer cine.