Suburbicon: bienvenidos al paraíso

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

George Clooney, además de prestar su rostro de joker bronceado para algunas de las producciones más paradigmáticas del Hollywood reciente, se ha dedicado a dirigir películas resonantes y de cuidada factura como Buenas noches y buena suerte o Secretos de estado. Es en esa faceta que el ícono multitasking se muda al barrio noir de los hermanos Coen –responsables del guion– en Suburbicon, donde conviven medianía mediante el policial de humor negro y el drama social.

En el arranque se muestran retratos de familias felices que celebran la mudanza a Suburbicon, ciudad de casas bajas y homólogas de las afueras estadounidenses en la década de 1950 donde –ya lo sabemos– nada bueno puede pasar. En efecto, a la vez que la familia negra Mayers se muda al lugar y recibe un temprano índice de rechazo blanco por parte del cartero, los vecinos Lodge padecen el atraco de dos delincuentes que matan a la madre Rose (Julianne Moore), dejando como protagonistas a su hermana gemela y de pocas luces Margaret (Moore, otra vez), a su insulso y anteojudo esposo Gardner (Matt Damon) y a su hijo de 11 años Nicky (Noah Jupe).

En adelante y en paralelo se evidencia que el asesinato de Rose fue mucho menos azaroso de lo supuesto y que Gardner y Margaret lo planearon todo para quedarse con la plata de la aseguradora; y que los Mayers son cada vez menos bienvenidos en Suburbicon, sufriendo desde el aumento arbitrario de los precios en el supermercado al directo asedio colectivo con destrozos y quema de auto incluido. La apoteosis racista coincidirá con el desenlace violento de la intriga criminal, desatada con el arribo al hogar de los Lodge del inquisitivo investigador de seguros Bud Cooper (Oscar Isaac).

Si bien la trama de los Mayers ocurre en segundo plano y casi en términos decorativos, hace de contrapunto in crescendo del sangriento devenir de los Lodge, tanto como espejo de la violencia blanca y de clase media contenida en el suburbio (una hacia adentro de la vivienda, la otra hacia afuera) como en el contraste de objetivos entre ambos clanes: los Mayers quieren adaptarse, los Lodge sueñan con fugarse a la idílica Aruba.
Todo Suburbicon está erigido en base a dualidades lindantes: mañana y noche, luz prendida y apagada, inocencia y perversión, piel clara y oscura, drama y comedia, realismo y caricatura; lo que no impide que el prolijo equilibrista Clooney se pase de la raya y termine pisando el terreno fácil de la farsa, el grotesco y la exageración, tal vez para no caer en la peor vereda del didactismo. Al final el único que se salva es Nicky, alma secreta de una película fría que exorcisa su diatriba macabra con la pureza sin raza ni hipoteca de la infancia.