Step Up 4: La revolución

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

En mi adolescencia tenía una novia que siempre me planteaba lo mismo. No importaba ni siquiera si el conflicto era por los gastos que implicaban tener una mascota, o por la demora de la universidad donde estudiaba su carrera a la hora de darle los resultados de los parciales.

Yo la escuchaba y le contestaba seguramente con frases que a ella le resultaban igual de tediosas y obvias. Ahora que lo pienso, incluso escuchábamos las mismas canciones mientras todo esto sucedía: Charly García, Fito Paez... entre ella y yo, lográbamos vaciar de contenido esas canciones al punto de creer que sonaban todas iguales.

Vaya a saber por qué repetíamos siempre lo mismo. De igual manera la discusión, igual manera de resolución. Insisto, el quid de la cuestión era lo de menos.

Supongo que se trataba de inventar un conflicto donde no existía y, para peor, resolverlo con alguna cursilería, de modo tal que diez minutos después de acontecido el hecho ninguno recordaba el motivo que lo había originado.

Era como ver cada edición de “Gran Hermano”, año a año hay un intento de trasgresión que depende tanto de los participantes como de los espectadores, pero en definitiva se trata de la misma rutina.

¿Por qué hablaba de todo esto?

¡Ah Sí...!

Se estrenó “Step Up 4. La revolución”, y para hacer un culto al “aguante”, es en

3D. ¿Vio las anteriores? No importa. Las mismas heces con distinto olor. Similar a esas discusiones tendientes a avivar el fuego como para que suceda algo, pero que terminan repitiendo todo.

En la línea de mezclar “Fama” (1979) con “Flashdance” (1984), y argumentos inconsistentes, Hollywood está empeñadísimo en enterrar para siempre las buenas ideas en pos de la taquilla y de sacar "estrellas" salidas de un pantano de mediocridad.

Un fast food del arte apoyado en los conflictos de siempre. Repitiéndolos hasta el hartazgo, casi con las mismas coreografías de los musicales de antaño. Vea alguna de las “High school musical” (2006), “Hanna Montana” (2009), o cualquier producto de Cris Morena, y se dará cuenta de la espantosa reedición de fórmulas creadas para un público lo suficientemente naif como para perpetuarlas en pos ese merchandising efímero que termina ocupando un lugar importante en los centros de reciclaje.

Cinematográficamente, el género musical intentaba contar una historia a través de la lírica y su banda sonora. Esta fábrica de chorizos tiende a olvidar todo esto para convertirse en un semillero de celebridades efímeras de las cuales una o dos sobreviven al mainstream. Canciones forzadas, coreografías independientes del relato (como si fueran un conjunto de videoclips para la TV) y actuaciones más preocupadas por mostrar perfiles favorables que por transmitir algo.

Para sostener lo que digo no haré referencia a los intérpretes de esta cuarta entrega ni al director. Son funcionales a lo que se pretende de esta manufactura con la cual estoy en contra. En todo caso la ficha técnica está más arriba si quiere consultarla.

Me va a disculpar, pero hasta que se estrene la nueva versión de “Los Miserables” (sin esperar gran cosa) prefiero las discusiones con las novias de antes. Al menos conservaban algo de espontaneidad al principio, y en esto ni Charly ni Fito tienen la culpa. El séptimo arte tampoco.