Stefan Zweig: adiós a Europa

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Por un lado, la vida de Stefan Zweig ha sido de una riqueza tal, que abordar su retrato es un enorme desafío y más aún cuando se intenta no solamente tomar su faceta intelectual y de producción literaria, sino también su imagen como referente de un activismo social silencioso en defensa del pueblo judío.
Pero por otro, no es uno de los escritores que haya logrado una masiva popularidad en nuestro país que justifique la decisión de estrenar comercialmente “Stefan Zweig: Adiós a Europa” sin contar tampoco con un protagonista de reconocimiento internacional convocante.
Es por eso que la película de María Schrader (en su tercer incursión como realizadora pero más conocida por el público local como la inolvidable protagonista de “Soy Linda?” y “Nadie me quiere” de Doris Dörrie y por sus trabajo en “En la oscuridad” de Agnieszka Holland o “Aimée & Jaguar”) se constituye en una “rara avis” dentro de nuestra cartelera.
La directora estructura de una forma particular este biopic sobre el escritor más leído en Alemania después de Thomas Mann, dividiéndolo en cuatro actos bien diferenciados más un epílogo, estableciendo de esta manera un diálogo entre el cine, la estructura literaria (por la división en capítulos) y la rigurosa teatralidad de algunos momentos que elige la puesta.
El eje de esta biografía estará puesto en los últimos seis años de la vida de Zweig, momento en el que en su paso por América del Sur, encuentra particularmente en Brasil un espacio de expansión cultural y de libertad completamente opuesto a la opresión y persecución nazi vivida en Europa, un lugar donde transitar estos años difíciles, que lo lleva incluso a presentar a Brasil como el país del futuro en una de sus obras literarias.
La puesta de Schrader elige tomar varios riesgos: si bien lo hace dentro de una estructura clásica y que guarda cierto formalismo, asombra con ciertas decisiones estéticas que hacen que esta biografía escape, en sus momentos más logrados, a los cánones del género.
Un primer punto muy llamativo es la preponderancia que le entrega Schader a la fotografía, como una protagonista más del film.
Así permite reflejar una fuerte contradicción entre la luminosidad y los colores vívidos presentados en la mayoría de los capítulos y las sensaciones de encierro y de vida gris en el exilio, de ese aislamiento interior que vive el personaje y del que no puede escapar.
Otro apuesta fuerte y notable es que como los capítulos de desarrollan en Bahía, Petrópolis (Brasil), Buenos Aires, Nueva York, la directora plasma en los diálogos una riqueza cultural propia del personaje pero que al mismo tiempo habla del desarraigo, de la pérdida de la identidad propia y trabaja sobre una idea subyacente del migrante permanente.
Es así como se entremezclan en el film, diálogos en portugués, en francés, en español, en alemán –por supuesto- y en inglés, dando una idea de multiplicidad cultural y de una búsqueda de veracidad en la puesta, que se contrapone con trabajos de otros directores donde el idioma en que se narra el biopic es el del país de producción -y a veces suena extraño ver que Picasso está en Paris con su musa inspiradora o a Pablo Escobar con su amante periodista en plena selva colombiana (Bardem y Penélope Cruz) hablando en inglés (!)-.
Lo que se contrapone a ese riesgo y resiente en cierto modo la propuesta, son los diálogos demasiado explicativos y farragosos y que el foco central casi inamovible sea el de su compromiso político sin abordar demasiado su obra litería (famosísima por la notables biografía que ha escrito sobre personajes como Maria Antonieta, Maria Estuardo, Balzac o Paul Verlaine).
Josef Hader hace un excelente trabajo al ponerse en la piel de Zweig pero quizás por marcación de la directora, lo hace en un estilo distante, algo frío y carente de emoción, lo que dificulta tomar contacto con ese sufrimiento del exilio al que se suma la desconexión o fragmentación que hay entre la narración en cuatro actos.
El epílogo es, sin dudas, el punto más alto que logra Schrader en su planteo estético: narrado desde un espejo del placard de la habitación, el desenlace de la historia estará reflejado allí con un coro de murmullos en portugués –muchos de los cuales no tienen subtitulado- conformando un secreto a voces, acompañando esa despedida que se irá develando entre rumores e imágenes espejadas.
Es una excelente manera de poder dar cierre, junto con la lectura de su carta de despedida, a una vida tan intensa, tan interesante y tan compleja de abordar como la vida de Stefan Zweig.