Stefan Zweig: adiós a Europa

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Enigmas trasladados a la pantalla

Uno de los escritores más populares en el mundo entero durante la primera mitad del siglo XX, el austrohúngaro Stefan Zweig (nació en tiempos del Imperio) es hoy en día poco menos que una reliquia literaria. El que no dejó de leerlo fue el cine, desde tiempos del silente hasta ahora mismo. El volumen de versiones fílmicas de novelas, biografías y obras de teatro de Zweig es francamente impresionante. Hasta el punto de que cuatro de ellas –24 horas en la vida de una mujer, Angst, Volpone y Amok– fueron traspoladas seis, cinco, cinco y cuatro veces respectivamente, al cine o la televisión. Por lo menos tres grandes películas están basadas en obras suyas: la primera versión de Carta de una enamorada (Max Ophüls, 1948), La paura (R. Rossellini, 1954) y El gran hotel Budapest (Wes Anderson, 2014). 

Opus 3 como realizadora de la actriz Maria Schrader, Stefan Zweig: Adiós a Europa narra los últimos años de vida del autor, desde el comienzo de su exilio del nazismo (1936) hasta su muerte (1942). Coautora del guion, la actriz de  Aimée y Jaguar (1999 ) tomó la acertada decisión de no filmar un biopic, con las consabidas rutinas de homenaje implícito, linealidad cronológica y “greatest hits” de la vida del personaje. En lugar de eso, Schrader plantea a Zweig como una figura enigmática y comprime el período elegido en un puñado de momentos, que siguen algunos traslados de quien era un gran amante de los viajes. La narración comienza en 1936 en Río de Janeiro, continúa unos meses más tarde en Buenos Aires, donde se celebra un Congreso de Escritores auspiciado por el Pen Club, salta a Salvador de Bahía cinco años más tarde, de allí a una breve estadía neoyorquina y ancla finalmente en Petrópolis, estado de Río de Janeiro, donde Zweig (Joseph Hader) hallaría la muerte, a los 60 años.

Todo un mérito por tratarse de una película sobre un escritor, el Zweig de Schrader no es un monumento viviente que ande disparando frases célebres como quien escupe sobre la vereda. El problema es que al hacer de Zweig una máscara (Hader está magnífico, en su rol de esfinge calladamente sufriente) la película no permite saber bien quién es, qué piensa, qué siente. Zweig se retiene, como puede advertirse durante una entrevista en Buenos Aires, en la que el exilado del nazismo (era judío) se niega a opinar, por razones que no quedan claras, sobre la situación en su país de adopción y el régimen que en ese momento lo gobernaba. Estando en Nueva York le manifestará a su ex esposa (interpretada por la fassbinderiana Barbara Sukowa) su molestia ante los pedidos de amigos para facilitarles la salida de Alemania. 

En ese momento, Zweig convive con su actual mujer (Aenne Schwarz) y su ex esposa, a la que parecería usar como ama de casa. Pero tanto esa convivencia como esa aparente denigración quedan, como todo lo demás, en una incógnita no resuelta. Es imposible determinar si esa opacidad absoluta de los personajes responde a una decisión dramática o una dificultad de aproximación por parte de Schrader. Sea como fuera, al espectador no se le brinda la posibilidad de conocer o entender a un hombre a quien la película muestra como modesto, amante de la naturaleza, prudente, cobarde y/o egoísta. Como curiosidad debe anotarse la presencia en el elenco del actor argentino Nahuel Pérez Biscayart, que tras haber hablado perfecto chino en El futuro perfecto, y fluido francés en 120 latidos por minuto, hace aquí de brasileño del Noreste en una escena con el intendente de un caserío, que se supone debería ser graciosa pero difícilmente lo sea.