Starlet

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Un poco de soledad en compañía

Sean Baker parece estar juntando méritos para convertirse en un niño mimado del cine independiente estadounidense. “Starlet” es la tercera película dirigida por él que los espectadores del Bafici tuvieron oportunidad de ver. Las anteriores fueron “Take Out” (2004) y “Prince of Broadway” (2008). Y algunos ya lo comparan con John Cassavetes.

Pero “Starlet”, traducida como “Estrellita”, insinúa algunos ganchos capaces de trascender los límites de los festivales y llegar al gran público con una oferta que, sin resignar sus orígenes, busca abrir un poco el mercado.

Se trata de una apuesta un tanto arriesgada, pero sólo un tanto. El joven director cuenta con una carta fuerte que es la actriz protagónica, Dree Hemingway, una joven paladar negro perteneciente a la dinastía de los Hemingway (es bisnieta del célebre escritor e hija de Mariel) que además de ser bellísima, muestra algunas condiciones para ser también una buena actriz. Y además, la película ofrece un hallazgo: la anciana actriz no profesional Besedka Johnson, quien tiene a su cargo el otro papel protagónico.

En “Starlet”, Dree brilla, mantiene un romance exquisito con la cámara de Baker durante más de una hora y media, y no decepciona en ningún momento. Pero claro, el personaje parece haber sido pensado a su medida.

El film desnuda el detrás de cámara del ambiente del cine clase B que se desarrolla en los suburbios de Los Ángeles, la meca de la industria cinematográfica. Está rodada de manera casi artesanal, con cámara en mano, encuadres que a veces parecen desprolijos y un montaje de aspecto casual. Es como si el camarógrafo fuera un compañero curioso que persigue a Jane, la protagonista, sin un plan previo ni un guión, sino solamente con la intención de registrar momentos de su vida.

Jane subalquila una habitación en la casa de una pareja amiga, y nunca se despega de su perrito Starlet. Se ve que tiene un buen pasar, duerme mucho, tiene un lindo auto, pasa bastante tiempo ociosa, se droga un poco y no parece tener preocupaciones ni apremios de ningún tipo. Promediando el film, se descubre que tanto ella como sus amigos pertenecen a ese mundo que prolifera en los alrededores de Hollywood y que tiene al cine pornográfico como principal fuente de sustentación. Un negocio manejado por agencias que contratan modelos masculinos y femeninos con ese fin. Son contratos de exclusividad que implican algunas obligaciones pero básicamente se trata de poner el cuerpo y no crear problemas, lo que permite muchas horas libres para distraerse con cualquier pasatiempo.

En una de sus salidas en busca de artículos de esos que se consiguen en ventas de garaje, Jane conoce Sadie, una anciana que vive sola en una casa con un gran jardín, rodeada de objetos que se amontonan sin ton ni son y que cada tanto vende para despejar un poco el ambiente.

Entre otras cosas, Jane le compra un termo, al que piensa usar como florero, pero resulta que en su interior encuentra una sorpresa que la obliga a volver a la casa de la anciana. A partir de allí, comenzará una relación singular entre la joven y la mujer mayor, representando ambas los dos extremos de lo que resulta una suerte de representación de la vida para las mujeres en ese lugar, con la soledad a cuestas como inseparable compañera y sin otro horizonte a la vista.

Allí no resulta difícil conseguir dinero y una vida bastante cómoda. Sin embargo, durante todo el tiempo se percibe que algo no está del todo bien, aunque nunca llega a explicitarse. Una especie de vacío existencial rodea a todos los personajes y los afectos parecen estar todos atravesados por algún tipo de especulación o conveniencia. Todo es negociable y no hay mucho en qué pensar.

En ese ámbito en donde el sexo, las drogas y el juego lo dominan todo, una jovencita y una anciana establecen una rara amistad que da un sentido un poco diferente a sus vidas vacías. Y eso es todo.

“Starlet” es un relato minimalista mediante el cual el director nos invita a compartir un momento de esas vidas, sólo un momento, y después, cada uno seguirá con lo suyo donde los caminos lo lleven.