Starlet

Crítica de Carolina Giudici - Morir en Venecia

Impresiones cruzadas. Starlet es una cosa mientras transcurre y otra muy distinta cuando la pienso en retrospectiva. Quizás sean dos películas dentro de una, dos motivaciones en pugna que no llegan a amalgamarse con naturalidad. Ambientada en Los Angeles, la historia se centra en la extraña relación que una joven actriz establece con una mujer casi sesenta años mayor que ella. El director Sean Baker parecería apelar a una estructura de manual (la amistad entre opuestos) como credencial clásica habilitante para contar la otra película, menos previsible y más antropológica, que toma como objeto de estudio el marco existencial en el cual la chica desarrolla su particular oficio. Jane (Dree Hemingway) se dedica al cine porno. Lo que se narra sobre su rutina de trabajo en esa industria es lo más rico y relevante de Starlet, pero el relato recién comienza a desplegarlo en detalle cuando ya pasó más de media película y nuestra atención ya se siente un poco desilusionada.

Es evidente que Baker busca retratar la necesidad de afecto que tienen sus criaturas. El corazón del film es la soledad. Jane y su amiga Melissa compensan el vacío recurriendo al shopping y a las drogas, mientras la anciana Sadie (la debutante Besedka Johnson) se sumerge en el automatismo del bingo. Sucede que hay algo demasiado forzado en la manera en que Jane se acerca a esta mujer. Más allá del disparador inicial del vínculo, cuesta asimilar esa insistencia que lleva a la muchacha a repetir una y otra vez el mismo ademán. No es que la relación en sí misma suene falsa, pues de hecho los diálogos tienen frescura y evitan caer en las “lecciones de vida”. Sin embargo, cuando finaliza el film la imagen de la anciana se nos hace difusa: ella sólo parece funcionar como simple parámetro de contraste, como si esta dialéctica le permitiera al narrador ingresar más oblicuamente en la realidad de la muchacha. El mecanismo obliga a la joven a salir de su alienación para volverse más “humana”, más “común”, pero el recurso resulta demasiado calculado y hasta improductivo.

Es que Jane rara vez abandona ese limbo de superficialidad publicitaria que recubre su andar. Curiosamente, esta actitud volátil que al principio genera cierta irritación hacia el personaje, de a poco se va convirtiendo en una de las zonas más intrigantes del film, la veta psicológica que al director sin dudas le interesaba investigar. Las preguntas surgen después, cuando la película consigue asentarse en el recuerdo. ¿Qué significa actuar el sexo? ¿Cómo es ese estado del ser? ¿Cómo trascender el cliché para reconocer a la persona? Y no, no estamos ante un tratado de metafísica. Starlet tan sólo nos invita a una excursión. Pero es una pena que el relato termine justo cuando empezábamos a encariñarnos con el personaje-guía.