Star Wars: El ascenso de Skywalker

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

La última orden

Con Star Wars: El Ascenso de Skywalker (Star Wars: The Rise of Skywalker, 2019), la saga llega a su final… nuevamente, algo que siempre conlleva definiciones, y por lo tanto, polémicas y problemas que generan críticas. Debido a la popularidad de Star Wars, un icono cultural de su época, la nueva saga generó distintas recepciones y expectativas, y la mirada siempre estuvo puesta en la comparación con las dos trilogías anteriores. La primera trilogía había logrado cautivar a un público que anhelaba la combinación de ciencia ficción y aventura, mientras que la segunda, enteramente dirigida por George Lucas a diferencia de la primera, que solo había tenido a Lucas en la primera entrega, había generado opiniones divididas y una andanada de críticas, reforzando el fanatismo de algunos y defraudando a otros a pesar de contar con un casting envidiable.

Claramente la nueva trilogía se definió por un alejamiento de la estética, el estilo narrativo y las decisiones de la segunda trilogía, entablando una relación de correspondencia muy fuerte, y por supuesto polémica, con la saga original. Así como El Despertar de la Fuerza (The Force Awakens, 2015), el opus de J.J. Abrams, se correspondía con La Guerra de las Galaxias (Star Wars, 1977), Los Últimos Jedi (The Last Jedi, 2017), la película de Rian Johnson, se referenciaba en El Imperio Contraataca (The Empire Strikes Back, 1980). El Ascenso de Skywalker no es la excepción y sin duda alguna funciona bajo la égida de El Retorno del Jedi (The Return of the Jedi, 1983), la película de Richard Marquand que finalizaba la primera trilogía. Sería absurdo acusar de plagio a la nueva trilogía, ya que en realidad La Guerra de las Galaxias era prácticamente una remake casi escena por escena -ambientada en el espacio en lugar de en el Japón medieval- de The Hidden Fortress (1958), una de las obras maestras de Akira Kurosawa, algo de lo que George Lucas nunca renegó, y la nueva saga abraza a la primera trilogía con fuerza y pasión aferrándose a ella para despertar la nostalgia de la belleza del producto original. En este sentido El Ascenso de Skywalker no sorprende ni defrauda. J.J. Abrams, un experto en la industria cinematográfica de la nostalgia, recupera el tono de El Despertar de la Fuerza, que tuvo muy buena recepción, y deja un poco de lado Los Últimos Jedi, que recibió algunas críticas feroces, para intentar resolver algunas de las preguntas que las ocho películas anteriores habían dejado en el tintero.

Mientras que Kylo Ren (Adam Driver) busca el planeta olvidado de los Sith, Rey (Daisy Ridley) se entrena como Jedi con la Princesa Leia (Carrie Fisher) para enfrentarlo y controlar sus poderes. Por otro lado, Poe (Oscar Isaac), Finn (John Boyega), Chewbacca (Joonas Suotamo) y los androides luchan contra las naves de la Primera Orden para llevar a las fuerzas de la República la información obtenida de un infiltrado. Rey a su vez también emprenderá junto a sus amigos -o nueva familia, o más bien, meros acompañantes- la odisea de encontrar el planeta de los Sith, Exagol, para descubrir si es verdad que el Emperador Palpatine (Ian McDiarmid) ha regresado con una flota imperial capaz de destruir los planetas libres.

Al igual que en toda la saga hay un trabajo estético impecable, excelentes efectos especiales y actuaciones flojas, impostadas, demasiado expuestas por primeros planos que no favorecen a la mayoría de los personajes, salvo a Adam Driver y Daisy Ridley, que se destacan como dos caras de una misma moneda. El Ascenso de Skywalker contiene a su vez un sinnúmero de contradicciones, pero cuando de nostalgia hablamos Abrams es el maestro. Lando Calrissian (Billy Dee Williams) tiene un nuevo regreso con gloria, Han Solo (Harrison Ford) no podía quedar afuera del convite al igual que Luke Skywalker (Mark Hammill), y hasta hay un cameo de John Williams en un bar. También C-3PO, A2-D2 y BB-8 son parte de un film que necesita del humor androide que imita a los autómatas de antaño para cautivar y traer a la memoria la sorpresa de nuestros antepasados ante las maravillas de la mecánica. La película tiene humor, tiene aventura, tiene ciencia ficción, no tanta como Los Últimos Jedi pero suficiente, tiene batallas con sables de luz y hay una síntesis dialéctica entre los Jedi y los Sith, el lado luminoso y el lado oscuro, como todos esperan. De ninguna manera se puede considerar que esta entrega tenga profundidad, sí cierta emoción, más producto del final de toda la saga que de la película en sí, pero tampoco se puede negar que Abrams logra conmover con algunas escenas. Si Rian Johnson había tomado riesgos que le habían costado caro entre los fanáticos, Abrams es su opuesto, un partidario de no asomarse ni de casualidad al abismo de las posibilidades y jugar siempre a la mano segura.

El principal problema del film es la enorme cantidad de dispositivos narrativos ad hoc insertados para hacer cerrar la historia, por ejemplo la capacidad de Rey de sanar otros seres con el uso de la fuerza, cuestión a todas luces innecesaria, al igual que la capacidad de volar por el espacio de la Princesa Leia en Los Últimos Jedi era un capricho que podía ser evitado. Más allá de esto, y de todos los ad hoc múltiples que esta última entrega contiene, Abrams falla en la dinámica narrativa, sobrecarga demasiado todo el relato, se empantana en su afán de borrar toda la trama del film anterior y se detiene demasiado en tomas de personajes secundarios que no desarrolla, lo que tiene consecuencias -por ejemplo- sobre la pobreza del papel de la República, de su derrotero y del resurgir de los Sith, de la historia del regreso de Palpatine o del devenir de La Primera Orden. También hay un desperdicio inexplicable de los personajes y las actuaciones de Richard E. Grant y Domhnall Gleeson en papeles deslucidos y sin el protagonismo necesario, equiparándolos a personajes sin importancia dentro de la historia. El guión, que se centra en reencauzar la saga al espíritu nostálgico de El Despertar de la Fuerza y borrar las propuestas de Rian Johnson de Los Últimos Jedi, estuvo a cargo del propio Abrams junto a Chris Terrio, responsable del guión de Argo (2012). Colin Trevorrow y Derek Connolly también aportaron a una historia con vaivenes, que por momentos se centra en su foco, que es imitar a El Regreso del Jedi, pero que se pierde a veces en escenas y batallas que duran demasiado y tienen más que ver con la combinación de acción y aventuras del cine actual que con la ciencia ficción y el espíritu mitológico y simbólico que George Lucas había rescatado de los libros de Joseph Campbell.

Por supuesto que todos los errores y problemas son aplacados por la música de John Williams, ya que apenas comienza su maravillosa sinfonía ya no importa nada más, y por lo que La Guerra de las Galaxias representa en la cultura popular, y por la voluntad de al fin y al cabo ofrecer una nueva trilogía a los consumidores hambrientos de más y más Star Wars. La chispa de la trilogía original definitivamente no está en El Ascenso de Skywalker, tan solo una copia, correctamente realizada a simple vista, al igual que la reproducción de un cuadro, con retazos de la originalidad que propusieron las tres primeras películas, pero sin la fuerza suficiente que otorgan los riesgos. Tal vez el espíritu de la trilogía original sí estuvo en El Despertar de la Fuerza, o tan solo fue un espejismo que todos quisimos creer, un simulacro que aceptamos. El tiempo dirá si El Ascenso de Skywalker será un final digno para la saga más popular de la historia del cine o si la moda de la nostalgia será un viento pasajero que arrastrará el film bajo pilas de estudios de mercado.