Star Wars: El ascenso de Skywalker

Crítica de Marcos Guillén - Cuatro Bastardos

[REVIEW] Star Wars: El ascenso de Skywalker.
«He vivido lo suficiente para ver los mismos ojos en diferentes personas«.
Maz Kanata – Episode VII: The Force Awakens

Cuando George Lucas estrenó allá por 1999 la trilogía precuela, en que narraba los hechos ocurridos en tiempos de un joven Obi-Wan Kenobi y un niño Anakin Skywalker, daba continuidad a una suerte de epopeya «familiar» que redujo el vasto universo a las peripecias de unos pocos. Rogue One (2016) y Solo: A Star Wars Story (2018) intentaron sin mucho éxito esa expansión que a los más radicalizados seguidores les sonaba a poco sin los Skywalker de por medio.
Así que la continuidad era más que obvia, había que cerrar la odisea familiar para al fin poder narrar otras historias. Ciertamente ellos son la columna vertebral de Star Wars y su lejana galaxia, no cabe ninguna duda. Aunque era posible darle un respiro introduciendo, por qué no, otra perspectiva; una mirada ajena al núcleo familiar. Así lo advirtió Rian Johnson con su por demás criticado y detestado intento. Él pareció comprender el estancamiento e intentó librarlo dando paso a una nueva perspectiva, siempre dentro del canon, en el que jugaba a introducir nuevos personajes, como Rey, que no pertenecían a la genealogía de Jedis y Sith. Poco y nada valió el intento, uno que hasta parece haber enredado la trama en una suerte de laberinto que J.J. Abrams y Chris Terrio intentan en casi dos horas y media desenrollar con algunos aciertos y mucha, pero mucha intensidad.
La sombra del emperador se yergue sobre la pobre y diezmada resistencia, como también sobre la galaxia toda. El regreso de Palpatine/Darth Sidious es el puntapié inicial a una reconfiguración del tablero en la guerra por la supremacía que lleva a los protagonistas a una carrera contrarreloj en busca del equilibrio. Porque el film no olvida que el camino del héroe siempre reinterpretado, desde que George Lucas creó a Luke Skywalker, es la búsqueda de la total aniquilación de la oscuridad. Ya no hay un después o tercera posición tan promocionada por Kylo Ren en el film anterior. Es un matar o morir que originará un revuelo sideral que irá hasta los mismos confines del espacio conocido.
La aventura también traerá solaz a los seguidores, puesto que intenta responder muchas de las incógnitas planteadas en el Episodio VII: The Force Awakens, que la siguiente entrega evitó, lo que en cierta manera carga al film y ralenta el espectáculo que, de más está decir, es soberbio. J.J. Abrams comprende perfectamente el ritmo de una aventura y guarda para ese apresurado tercer acto una solemnidad inusitada en las producciones de Disney. Es un show caro, apoteósico y desprovisto de todo riesgo. No hay en ninguno de los personajes la ambigüedad anteriormente planteada, como si retomara la historia, en lo introspectivo y reflexivo de los mismos, en lo planteado en The Force Awakens.
La carencia total de riesgos en la construcción de la trama lo torna por momentos de una previsibilidad que estropea el acervo logrado. Ninguno, y repetimos, ninguno de los personajes es capaz de escaparle a la cada vez más oscura sombra del Episodio VI: Return of the Jedi (1983) que se cierne sobre ellos, y no solo por los regresos ya propuestos en los adelantos como Palpatine y Lando Calrissian. El camino del héroe se traza sin mácula, sin reveses o dudas. Haremos un alto para mencionar a Adam Driver y su Kylo Ren, que de alguna manera cumple con el desarrollo propuesto en el film anterior, además de la interpretación destacada que hace el actor. Esto ayuda, claro, a que el espectador, nosotros, podamos mínimamente congeniar y comprender sus acciones por muy rocambolescas que sean en esta entrega.
Rey, Daisy Ridley, carga con el indiscutido protagónico, alimentado con las nuevas noticias que recibe, y logra una criatura que en su fragilidad encuentra la fuerza; y aunque puede que por momentos se antoje solo un comodín argumental, tal vez no sea tan grosero como sí sucede con otros. Kelly Marie Tran, Lupita Nyong’o, Dominic Monaghan y Keri Russell, por nombrar algunos, son extensos cameos que anclan la narrativa con refuerzos en textos expositivos, redundantes.
Poderosa, visualmente impactante, técnicamente no se podía esperar menos con la fotografía de Dan Mindel (Star Trek Into Darkness, Star Wars: Episode VII – The Force Awakens) y el diseño de producción de Rick Carter (un colaborador frecuente de Steven Spielberg) y Kevin Jenkins. Ciertamente el tramo final es paroxismo puro y donde más se acerca a lo esperado en un final de este tipo. Uno verdadero e inequívoco, por lo menos con respecto a los Skywalker.
Star Wars: El ascenso de Skywalker es un final digno que conecta al espectador con la totalidad de la saga, que lo pasea por ese universo excepcional que George Lucas inició en 1977. Cuarenta y dos años de la mejor space opera jamás filmada, que retoma esa candidez, en el mejor de los sentidos, que supo tener en esas primeras entregas y que lleva al público a un viaje final lleno de nostalgia. Por mi parte, ha sido un placer un tanto empañado por la corrección y las ganas de gustar, que también sea dicho, son la finalidad de tales producciones.