Star Trek: sin límites

Crítica de Roger Koza - Con los ojos abiertos

La sustitución de J.J. Abrams por Justin Lin no parece ser un acierto, lo que no significa que esta nueva exploración en el espacio resulte desdeñable.

En menos de diez minutos Justin Lin demuestra entender el espíritu de la vieja serie Star Trek. El capitán Kirk le lleva una ofrenda de paz a un pueblo de los tantos que habitan el infinito espacio de las galaxias. En las antípodas de la solemnidad, el intercambio precipita una humorística trifulca entre unos seres con rasgos simiescos y felinos y el líder de la Enterprise.

Una vez terminado el acto circense, Kirk apunta en su cuaderno de bitácora sus pareceres. La descripción de la cotidianidad destila cariño por todos los miembros de la flota; nadie duda de la exploración del espacio infinito como una aventura, aunque la incesante búsqueda de otras formas de vida tiene sus bemoles.

Comicidad, solidaridad y conocimiento: a los pilares simbólicos de aquella notable serie que inició su propio viaje a mediados de la década de 1960 Lin los honra sin esfuerzo, y también lo hará, con discreción y justeza, con el gran Leonard Nimoy, el legendario Mr. Spock (y con el joven actor de origen ruso recientemente fallecido, Anton Yelchin, el Chekov del film). Los feligreses de la saga sentirán que el director tailandés es un buen exégeta; su fidelidad será agradecida.

El relato se circunscribe a un objeto peculiar que tiene efectos destructivos masivos. Antes de la constitución de la Federación, quienes sabían de ese poder deletéreo quisieron neutralizarlo dividiéndolo en dos. En una nueva misión, la Enterprise caerá en una emboscada. Un tal Krall sabe de ese misterioso objeto y tiene la certeza de que una de las mitades está en la nave de Kirk. Hay una subtrama, apenas anunciada, vinculada a Spock, y un giro inesperado en la historia, no muy sagaz, pero suficiente para tensar los elementales resortes narrativos que sostienen el film dos horas.

Start Trek: Sin límites carece de escenas dramáticas que alteren su equilibrio dinámico y de los recreos filosóficos característicos de la serie y algunas películas. La eficiencia contiene a la curiosidad. Desde luego, se insta a la unidad frente a la conveniencia individual, pero el anhelo epistemológico es aquí una fórmula, acaso ineludible, porque está en el ADN de Star Trek. Tampoco se traiciona el admirable despliegue y representación de una cosmología agnóstica en la que el Dios de los hombres brilló siempre por su ausencia. El espacio nunca fue en Start Trek una distancia vertical en la que anida un Dios; la audacia filosófica inicial se mantuvo invariable: todo es inmanencia y el espacio no divide al cosmos en un jerárquico arriba y abajo. Lin y sus guionistas han sido fieles a esos principios filosóficos, bastante alejados de una industria y una cultura proclives al sermón y a las certezas teológicas.

Las habituales fantasías teratológicas distan de sorprender. Los simpáticos simios felinos del comienzo constituyen el mayor hallazgo, demasiado poco para películas que pueden liberar la imaginación como nunca, propulsadas por softwares que han emancipado a los creadores de los límites propios de la física y el registro fílmico. Pero, aparentemente, concebir un mundo no es tan fácil. La ciudad espacial bautizada con el nombre de Yorktown luce fascinante, pero parece un remedo de algunas ciudades intergalácticas de varias películas recientes. Esos minutos geniales de la primera Start Trek que dirigió J.J. Abrams en los que se materializaba paradójicamente la antimateria faltan en este tercer intento de poner en órbita la franquicia. Apenas se puede admirar una panorámica de la Enterprise viajando a la velocidad de la luz seguida por un plano en el interior de la nave en el que se percibe el borroso cosmos mientras Kirk y McCoy toman un whisky. Sin duda, el mejor plano visual es otro: la Enterprise está por zarpar y se registra su fuselaje, un plano fijo que se pone inesperadamente en movimiento. El efecto es ópticamente sorprendente, tanto por su intrínseca falsedad técnica como por su eficiencia estética.

Desde el principio, lo más hermoso de Start Trek fue su legítima defensa de una política de la amistad por encima de las instituciones. La dignidad y afabilidad de Kirk, Spock, Scotty y los otros tripulantes de la Enterprise siguen vigentes y todavía se apasionan juntos por ir hasta los límites de lo conocido.