Star Trek 2: en la oscuridad

Crítica de Jonathan Santucho - Loco x el Cine

Viajar al espacio ya colonizado.

En 2009, el estreno de la secuela, precuela y reinicio Star Trek - El futuro comienza hizo que el entonces ajeno J.J. Abrams (más conocido por su rol como productor de hits televisivos como Lost y Alias) matara dos pájaros de un tiro, entregando un origen que atraía a las audiencias masivas, pero que al mismo tiempo complacía a los fieles seguidores de las historias de la tripulación de la nave Enterprise (e incluso se ataba a la continuidad previa). Ahora, todo el equipo vuelve en Star Trek: En La Oscuridad (Star Trek Into Darkness, 2013), una odisea espacial que mantiene la energía y la aventura del film predecesor, a pesar de algunos percances serios a la hora de explorar nuevos territorios.

Arrancando con una vibrante misión que no hubiera quedado fuera de lugar en la serie de los años sesenta, la película reintroduce el choque entre la decisión apasionada de Kirk (Chris Pine) y el pensamiento lógico de Spock (Zachary Quinto), durante una situación en la cual el último corre riesgo al quedar atrapado en un volcán mientras trata de salvar un planeta lejano. El vulcano se prepara para abrazar la muerte, pero el capitán lo salva, al costo de revelarse a una civilización primitiva, romper las reglas de Starfleet y perder su posición.

Sin embargo, eso queda al costado cuando un misterioso terrorista (Benedict Cumberbatch, de Sherlock, luciendo su gran presencia en un personaje muy cercano al Hannibal Lecter de Anthony Hopkins) atenta contra los cuarteles de la flota espacial, acabando con casi toda la cadena de mando. Tras descubrir la locación del atacante en el territorio enemigo de los klingons, los exploradores son armados por el almirante Marcus (Peter Weller) para ir y tomar venganza, sin importar las consecuencias. Pero cuando el culpable de la tragedia resulta ser más de lo que parece, las traiciones, conspiraciones y revelaciones pondrán en peligro al mundo de 2259.

Todo está balanceado a través del ojo de Abrams, quien mezcla con ritmo y facilidad la química del elenco (casi una familia, a esta altura) en sus escenas íntimas sobre sacrificio y tradición, con la astucia e invención de las escenas de acción, pasando de persecuciones a través de tierra, aire y el cosmos a batallas de buques, phasers y puños. Es realmente remarcable la habilidad del realizador de Misión Imposible 3 y Super 8, que domina la un universo en el punto medio entre el idealismo tecnológico de ayer y hoy, como enseña el estilo retrofuturista de la producción, acompañado por excelentes efectos especiales e incluso un buen uso del 3D. Este film es prueba suficiente de que J.J. está listo para cruzar la vereda a su mayor desafío, que será el próximo episodio de la saga Star Wars, en 2015.

Además, hay un pequeño lugar para un mensaje en línea con las ideas expresadas hace casi 50 años por Gene Roddenberry, esta vez manejando claras críticas al manejo de la política intervencionista occidental de los últimos tiempos (es curioso como frases clásicas como “las necesidades de la mayoría tienen más peso que las necesidades de los pocos” se pueden volver más siniestras por el contexto actual), que se alinean con lo tocado previamente este año en Iron Man 3. Si bien en ambos casos el mensaje no entra en profundidad, son interesantes muestras del cine comercial post-11/9.

Por desgracia, no todo el recorrido es placentero, debido a la insistencia de los verdaderos enemigo que desafiaron la calidad del primer film: los guionistas. Ahora que Roberto Orci y Alex Kurtzman (Transformers) usaron el relato de origen, no saben que hacer, y no ayuda que se les sume Damon Lindelof, responsable en las polémicas Prometeo, Guerra Mundial Z y el final de Lost. Por un lado, la mayoría de los personajes originales son olvidados: excepto por las idas y vueltas de los camaradas Kirk y Spock (que repiten sus arcos del film anterior; uno es demasiado inmaduro, y el otro tiene problemas con su lado humano), y por la asistencia cómica de Scotty (un estupendo Simon Pegg) y Bones (el siempre subestimado Karl Urban), el equipo queda en el fondo; las mujeres -Zoe Saldana como Uhura y Alice Eve- están casi pintadas a la escenografía. Por otra parte, la construcción del misterio central (esa gran debilidad de Abrams) y del inescapable guiño lleva a una inmensa cantidad de inconsistencias y errores dentro y fuera de la historia, que plagan la mente horas después de que uno sale del cine.

Y todo esto lleva a la peor parte de la película, de la cual no se puede deslizar mucho sin entrar al terreno de los grandes spoilers. De todas formas, basta con plantear unas preguntas: ¿para qué meterse en tantos problemas con crear un nuevo comienzo del universo conocido, cuando van a tirar todo por la borda por forzar a un personaje clásico de la mitología trekkie (cuya identidad revelada es insustancial para los que no vieron los films, e inconsistente para los que sí conocen su iracunda personalidad) y calcar escenas de hace tres décadas? ¿Es este el futuro de la franquicia, el modelo de la vieja banda que sólo saca álbums de grandes éxitos reversionados, una y otra vez? Es esta frustración la que invade el final del film, que se pasa en destrucción sin sentido y vueltas tan predecibles como seguras. Después de todo, es cierto lo que cantó alguna vez Anthony Kiedis: “El espacio puede ser la frontera final / Pero está filmado en un sótano de Hollywood”.

Pero aún a pesar de toda la pereza disfrazada de homenaje, es imposible resistir el encanto que el equipo de Star Trek: En La Oscuridad entrega. Sólo esperemos que, la próxima vez, los creativos se atrevan a ir donde nadie fue antes.