St. Vincent

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Inoxidable

Los hermanos Weinstein son garantía de cine estándar, algo para pasar el rato sin pensar demasiado y Saint Vincent es como un decálogo de la firma. La película está protagonizada por el infalible Bill Murray como Vincent, un sexagenario soltero y malhumorado, resignado a una vida que se va a pique. Tiene deudas de juego con un amigo pesado (Terrence Howard), se acuesta con una rusa a la que deja embarazada (Naomi Watts) y una tarde llegan vecinos nuevos que en la mudanza le estropean un árbol y el auto. Seguidamente, hay dos posibilidades: o los vecinos son una tortura o serán su salvación. Uno de los vecinos es un chico, así que la película elige el segundo camino. Vincent acepta accidentalmente la changuita de ser el babysitter de Oliver (Jaeden Lieberher), un pequeño nerd que es blanco de cargadas y piñas en el colegio. Vince le enseña algunos trucos de la vida (pegar para defenderse, pedir las cosas a los gritos) y la relación se ajusta a la vieja fórmula “solterón aviva pibe” de About a Boy, con Hugh Grant. La película se va a pique desde el inicio como la situación de Vince, pero Murray es el salvavidas. Aprovecha un par de líneas ingeniosas y entrega uno de los roles cómicos más relevantes de 2014, finalizando con un karaoke de Dylan mientras riega una maceta. Esa escena vale más que la película.