St. Vincent

Crítica de Diego Serlin - Todo lo ve

Un clásico Santo norteamericano

Tras ser reconocido también como actor dramático en trabajos como "Lost in Translation" -2003- o "Hyde Park on Hudson" -2012-, Bill Murray vuelve a demostrar en "St. Vincent" lo bien que le calzan los personajes de fracasado de buen corazón, y regala una de sus grandes interpretaciones que va cautivando al espectador con el devenir de la historia.

Murray encarna a Vincent, un solitario hombre maduro, antisocial, alcohólico, aficionado a las apuestas de carreras de caballo y clubes de striptease, cuya única relación afectiva es con una prostituta embarazada -Naomi Watts-. Pero la accidentada llegada de sus nuevos vecinos, Maggie -Melissa McCarthy- una mujer separada que apenas puede hacerse cargo de su hijo de doce años Oliver -Jaeden Lieberher-, será el comienzo de una extraña relación -mitad niñero y mitad padre- que cambiara sus vidas.

Con una fórmula vista mil veces, donde un viejo malhumorado y desalmado redescubre su humanidad gracias a la irrupción de un niño en su vida, el director Theodore Melfi recupera aquella premisa de las viejas comedias en las que dos personajes completamente opuestos debían, por las circunstancias que fuesen, compartir espacio y tiempo, pero depositando todo el peso del film en la brillante actuación de B. Murray y sus interrelaciones con los otros protagonistas, un conjunto de personajes llenos de imperfecciones que consiguen formar una especie de entrañable familia disfuncional.

Siempre llaman la atención personajes antisociales que esconden un pasado interesante para develar, basta con remitirnos a Clint Eastwood en Gran Torino o Jack Nicholson en varios de sus trabajos, y Vincent no es la excepción.

Bill Murray consigue hacer de Vincent un personaje verdaderamente interesante, que va construyendo, sobretodo, desde el lenguaje corporal y que se deja querer y odiar por igual. Un personaje detestable pero de algún modo cautivante.Murray consigue que su Vincent no sea todo lo estereotípico del género, apoyado también por los personajes secundarios que sirven o bien para definirlo o para iniciar su transformación.

Tanto Melissa McCarthy -Damas en guerra-, moviéndose con soltura en su primer papel dramático en la piel de una madre que lucha por la crianza de su hijo, como Naomi Watts, divertida y extrovertida en el papel de stripper y prostituta embarazada con acento europeo -que le valió ser nominada como mejor actriz secundaria por el Sindicato de Actores-, o Jaeden Liebergher, una feliz revelación que debuta en el cine con esta película pero al que pronto veremos en el film de ciencia ficción Midnight Special, dirigida por Jeff Nichols, ayudan a ir develando este Santo no tan Santo.

Si bien el film peca de los tópicos recurrentes del género, predecibles momentos lacrimógenos y un final políticamente correcto que no da lugar a la sorpresa, Theodore Melfi sabe imprimirle un ritmo ágil al relato que se mueve por la comedia con toques trágicos y va ganando en emotividad hacia su desenlace.

La acertada fotografía, tan fría y desanimada como su protagonista, en perfecta combinación con la banda sonora -con temas clásicos de Bob Dylan o Jefferson Airplane- conforman una estética que contribuye a resaltar la acción dramática de cada personaje de la trama.

Tal vez, el film tropieza en el abordaje de algunos temas como el religioso o la parcialidad con que toma el accionar de un soldado en Vietnam, pero a pesar de ello St. Vincent emerge como una propuesta interesante y entretenida, que huye de lo pretencioso y sólo busca narrarnos una historia sencilla, con una gran actuación que divierta y cautive al espectador.