St. Vincent

Crítica de Diego Papic - La Agenda

Pero más innoble todavía es St. Vincent. El subgénero “viejo misántropo que se relaciona con seres sensibles y termina cambiando” ha dado grandes películas como por ejemplo Mejor… imposible. Ya vimos la semana pasada con Whiplash - Música y obsesión que la originalidad del material no importa demasiado si la historia se cuenta con inteligencia y corazón. St. Vincent funciona en ese sentido como un reverso de Whiplash: está todo mal.

Bill Murray es el Vincent del título -título que, de paso, espoilea su canonización-, un viejo malhumorado y misántropo que vive solo con la ocasional compañía de una prostituta rusa y embarazada (Naomi Watts en un papel verdaderamente infame). La película empieza cuando se muda a la casa de al lado Maggie (Melissa McCarthy en piloto automático), una madre divorciada, con su pequeño hijo Oliver (el debutante Jaeden Lieberher en el típico papel de chico que habla como grande). Por una voltereta de guión bastante estúpida, Vincent termina cuidando a Oliver mientras su madre trabaja.

Lo que sigue es más o menos lo que todos imaginan pero rebajado con agua tibia. Ni Vincent es tan malo, ni su madre tiene tantos problemas, ni los que bullyean a Oliver son tan bullies, ni el conflicto con el ex marido es tan conflicto, ni la prostituta rusa es tan prostituta (ni tan rusa), ni los chistes son tan graciosos, ni la escena emotiva del final es tan emotiva. Ni siquiera el final es un final: en lugar de pantalla negra, Vincent fuma y juguetea con una manguera mientras pasan los títulos.

Bill Murray se transformó -gracias a o por culpa de Wes Anderson- en una especie de actor “cool” que con su cara de piedra aporta presencia y humor, aunque me pregunto hasta qué punto es un buen actor. Durante la ceremonia de los Globos de Oro -en los que estaba nominado como mejor actor de comedia por este papel- tuiteé que me gustaría que Bill Murray se deswesandersonice. Una boutade como tantas que uno tuitea. Lo cierto es que St. Vincent es un intento de eso y el resultado es bochornoso.

Pero St. Vincent no sólo es apenas una película poco efectiva. Irrita hacia el final en sus torpes intentos por emocionar. Como no logra hacerlo como consecuencia natural de lo que cuenta, echa mano a un ACV, a una esposa muerta, a una prostituta pariendo y a un nene tierno dando un discurso, para robarle unas lágrimas al espectador en una especie de asalto a mano armada. El viejo Vincent será un santo, pero la película se va al Infierno.