St. Vincent

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

PATRONO INUSUAL

“Un irlandés está desempleado. Entonces, una mujer le ofrece que pinte su porche. A las dos horas, el hombre le dice que ya terminó el trabajo pero que ella se equivocó: no era un Porsche sino un BMW”. La gente del bar se ríe, también los espectadores. Es que Vincent sabe bien qué decir en cada oportunidad pero, a su vez, es lo bastante gruñón y ermitaño para mantener su vida a raya de los demás, incluso, de sí mismo. Sin embargo, como anticipa el título y la sutil aureola del afiche, el protagonista está a punto de convertirse en santo. Bueno, en una especie inusual de santo y no es otro que un chico el que lo situará en dicho estatus.

Vincent MacKenna (Bill Murray) representa al estereotipo del viejo cascarrabias: rezongón, torpe, solitario, irónico, bebedor empedernido, apostador férreo de las carreras de caballo y, por supuesto, quebrado. Pero la “suerte” le toca la puerta (o, mejor dicho, un futuro ingreso fijo) cuando unos nuevos vecinos se mudan a la casa de al lado: se trata de Maggie (Melissa McCarthy) y su hijo de 12 años llamado Oliver (Jaeden Lieberher).

Debido a la ausencia de su madre por el exceso de trabajo y al bullying que recibió en el primer día de clases, donde le quitaron las llaves, el celular y la billetera, Oliver quedará al “cuidado” de Vincent. Es decir, visitas al hipódromo y a bares, aprenderá a pelearse o dialogará con la dama de la noche, Daka (Naomi Watts), una prostituta rusa que, a pesar de su embarazo, baila en el caño. De esta forma, esos momentos íntimos entre ambos generarán cambios en Vincent, modificaciones que no le gustará admitir y que sorteará hasta lo inevitable.

Si se toman todos los elementos que componen St Vincent está claro que el director, Theodore Melfi, apuesta a un estereotipo trillado pero efectivo, donde el sentimentalismo promueve la simpatía por el protagonista, incluso, a pesar de sus pésimos modales para tratar a la gente. Estereotipo que se intensifica cuando se descubre que Vincent no sólo fue un veterano de la guerra de Vietnam, sino que también recibió una condecoración por un acto de valentía. De la misma manera funciona la relación entre Vincent y Oliver, pues es a partir de la ingenuidad de éste último que el ermitaño dejará entrever sus buenos gestos y parte de sus secretos.

La propuesta de Melfi se torna deslucida en ciertos momentos y bastante previsible. Incluso, se desprenden algunos subtemas, como la repentina intención del padre de Oliver de obtener su custodia. Sin embargo, el verdadero mérito de St Vincent es la actuación de Murray, quien puede revelar múltiples facetas del personaje y aún así mantener cierto misterio. Entonces, conversará con Oliver sobre Abbott y Costello, será un chef excepcional de “sushi”, apostará hasta las últimas monedas, sufrirá algunos acontecimientos duros, perderá el rumbo de su vida, aprenderá muchas cosas desde cero, pero volverá a creer. Porque, como subraya Oliver en su presentación, los santos primero fueron hombres que obraron con sacrifico, misericordia y valentía.

Por Brenda Caletti
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