St. Vincent

Crítica de Bernabé Quiroga - CiNerd

EN EL NOMBRE DE MURRAY

Cuando era niño, en la casa de al lado vivía un anciano gruñón y anticuado que no quería pasarnos la pelota cada vez que caía en su jardín. En ese entonces, lo odiaba. Pero ahora que crecí, me pregunto: ¿Qué lo llevó a ser así? ¿A caso su vida había sido muy complicada? ¿A caso se comportaba de esa forma con sus seres queridos? El director Theodore Melfi es quien me hizo pensar nuevamente en ese vecino con el que varios de nosotros crecimos. Su película ST. VINCENT (2014) cuenta la historia de alguien similar. Un veterano malhablado y malhumorado llamado Vincent MacKenna, cuya vida de apuestas, alcoholismo y regulares visitas de “La Dama de la Noche”, se da vuelta con la llegada de nuevos vecinos: una madre soltera llamada Maggie (Melissa McCarthy) y su hijo Oliver (Jaeden Lieberher). Mientras ella pasa por un difícil divorcio y trabaja más horas para pagar la escuela católica de su hijo, Vincent se convierte en un singular niñero para el pequeño. Juntos irán formando una profunda relación de amistad en una hermosa comedia con muchos toques de drama. Pero hay algo que diferencia a ST. VINCENT de cualquier film indie que haya contado una historia similar: ¡Esta tiene a Bill “Fucking” Murray!

El celebrado cazafantasma, leyenda de la comedia ochentosa y actorazo en películas como PERDIDOS EN TOKIO (2003), VIDA ACUÁTICA (2004) y FLORES ROTAS (2005), es un hito del cine y somos muy afortunados por haber crecido con él. Su cinismo, sarcasmo, timming para la comedia y esa mezcla de actitud relajada y mala onda siguen intactas en esta nueva película a la que bendice con su presencia. ST. VINCENT es Bill Murray y sin él probablemente pasaría desapercibida. Su perfecta interpretación de Vincent MacKenna es una adictiva mezcla de melancolía, histrionismo y descaro, que hace cada escena del film una delicia (incluso aquellas en las que solo baila o escucha música). Guiado por la sutileza de un guión bien construido –y acompañado por la entrañable química que comparte con el pequeño Jaeden–, Murray va descascarando de a poco a su personaje, para revelar en el centro a un verdadero y poco convencional santo (como lo indica el título). Aun así, ST. VINCENT nunca se traiciona y esa actitud vulgar con la que lo conocimos sigue intacta hasta su final, entregándonos algo muy diferente a lo que uno esperaría de esta clase de cintas. No es la típica historia del mentor y menos de adoctrinamiento religioso (a pesar de las constantes referencias al catolicismo). No hay moralejas sobre la paternidad ni buenos buenos o malos malos. No hay importantes lecciones moralistas o un personaje aprendiendo a comportarse mejor. Esta es la historia de un hombre con un pasado y un presente de mierda, al que por primera vez la vida le da un respiro. Son las personas a su alrededor las que deben aprender a entenderlo, quererlo y aceptarlo tal cual es, y no al revés. Y ver a alguien que queremos tanto como Bill Murray atravesar por todo eso, les inflará el pecho y probablemente los hará llorar, reír o emocionarse de la mejor manera.

Peligrosamente, ST. VINCENT a veces roza los dramas sensibleros de Hallmark que disfruta ver Virginia Lagos (con discursos emotivos, compañeritos rivales haciéndose amigos, diálogos tristes, enfermedades jodidas y demás), pero se aleja muchísimo cada vez que Murray entra en escena. Su hedonismo a la Dude Lebowski, su misantropía a la Jack Nicholson en MEJOR IMPOSIBLE (1997), su ordinario estilo, su pasado y su rutina diaria crean un fascinante personaje al que solo él podía darle vida. El resto del elenco (en especial McCarthy, que se redime después de TAMMY) cumple eficazmente sus papeles, con la mínima excepción de Naomi Watts, quien es graciosa pero a veces desentona y sobreactúa. En definitiva, ST. VINCENT es el brillante tratamiento de un gran personaje, que posee una bella dirección, una excelente actuación de su protagonista, divertidos diálogos y una buena banda sonora. Su historia es la mayoría de las veces graciosa y desvergonzada, otras veces es real, dura y conmovedora, pero siempre es honesta. Con mucho humor, mucho corazón y mucho Bill Murray, así es ST. VINCENT.