Spy, una espía despistada

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

La espía que mata de risa

En los últimos años, la comedia norteamericana se llenó de grandes dúos creativos. Sociedades compuestas por quién está detrás de cámara y un intérprete dispuesto a todo para llevar adelante el proyecto compartido. Ahí están, entre otros, los films de Will Ferrell y Adam McKay y Ferrell (El reportero: la leyenda de Ron Burgundy); los de Judd Apatow y Seth Rogen (Ligeramente embarazada) y los del propio Rogen con su coguionista desde la adolescencia, Evan Goldberg (Este es el fin). Y en medio de tanta fructífera colaboración masculina, la dupla que conforman el director y guionista Paul Feig y la actriz Melissa McCarthy parece ser la más popular por estos días. Luego de conocerse en la brillante Damas en guerra, en la que McCarthy conseguía destacarse en un papel secundario que le valió todo su éxito actual, Feig y su musa volvieron a trabajar juntos en Armadas y peligrosas, una comedia de acción que abrió el camino para que ambos llegaran a Spy: una espía despistada, su mejor película hasta el momento.

Escrito por el propio Feig, el film cuenta las aventuras de Susan Cooper, una inteligente y capaz agente de la CIA, confinada a un trabajo de escritorio por el espía Bradley Fine (Jude Law), al que asiste en sus misiones y del que está no tan secretamente enamorada.

La combinación de comedia e intriga internacional a lo James Bond no llega a la parodia -aunque muchas veces la roza- gracias a la versatilidad de todos sus intérpretes, entre los que se destacan en papeles secundarios la comediante británica Miranda Hart, la gran Allison Janney y, especialmente Rose Byrne y Jason Statham. Mientras que Byrne consigue transformar a la villana del cuento -la traficante de armas Rayna Boyanov- en un personaje hilarante y ridículo sin volverla una caricatura, el gran actor de acción que es Statham también demuestra su tempo para la comedia como el espía más intenso, torpe y exagerado del que se tenga memoria. Y entre todos ellos, cada uno con su justo momento para brillar gracias a un guión impecable e implacable, está la protagonista, que es digna heredera de comediantes como Lucille Ball o Carol Burnett. Todos ellos intérpretes, como McCarthy, con una especial habilidad para el humor físico y para transmitir emoción aun en las circunstancias más disparatadas. Claro que, a diferencia de aquellos próceres de la comedia norteamericana, McCarthy consigue colar entre espectaculares escenas de acción y las cataratas de inventivos improperios, una reflexión sobre el lugar de las mujeres en el mundo.

Que una comedia de Hollywood se proponga cuestionar la importancia que se la da al aspecto físico, los cánones de belleza impuestos y el desprecio con el que deben convivir quienes no los cumplen podría parecer una tarea tan desubicada como potencialmente solemne.

Sin embargo, en manos de la dupla McCarthy-Feig, el mensaje no acalla las risas y, de hecho, consigue potenciarse entre tanto humor a veces físico, a veces escatológico y siempre imperdible.