Spy, una espía despistada

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Cuestión de (sobre)peso

La mayoría de los chistes son repetitivos y poco efectivos. Y el guión no se anima al delirio total.

Basada en su (sobre)peso, Melissa McCarthy viene construyendo una sólida carrera como comediante que incluye, como certificado de calidad, tres temporadas como anfitriona invitada de Saturday Night Live. En cine, aquí la conocemos básicamente por su sociedad con el director Paul Feig, que la dirigió en Damas en guerra (2011), en Chicas armadas y peligrosas (2013) y, ahora, en Spy: Una espía despistada. Esta es la primera en la que McCarthy es la protagonista absoluta, pero en las tres sus personajes son guarros, groseros, violentos. En una palabra: masculinos. Los kilos de más y ciertas actitudes impropias para lo que se espera de una mujer son los ejes principales de su comicidad.

Maxwell Smart dejó altísima la vara en materia de parodias de películas de espías: sagas como Austin Powers o La pistola desnuda, y no muchas más, se acercaron a ese nivel. En este nuevo intento, a McCarthy -una administrativa de la CIA que salta del escritorio al campo de batalla- la acompañan un Jason Statham que se burla todo el tiempo de sí mismo, Rose Byrne como la villana y Jude Law como el perfecto James Bond. Todos se reiteran en sus chistes (y muchos no son graciosos ni siquiera la primera vez). El guión, además de repetitivo, no se anima a ser completamente delirante: hay una trama de espionaje más o menos elaborada pero, a la vez, carente de interés.

Hay que reconocer que McCarthy es buena actriz y se anota algunos gags efectivos. Pero verla haciéndose la dura, dando patadas, vomitando o diciendo líneas como "voy a cortarte la pija y te la voy a pegar en la frente para que quedes como un unicornio" resulta agotador más temprano que tarde. Algunos ven un subtexto progre y sostienen que, con sus personajes, McCarthy reivindica la obesidad y se burla de los cánones de belleza convencionales; en realidad, parece todo lo contrario. Pero si nos reímos con la gorda o nos reímos de la gorda es un debate secundario; la cuestión es si nos reímos.

Y la respuesta es no.