Spring Breakers: viviendo al límite

Crítica de Marisa Cariolo - CineFreaks

Antropología del sueño americano

Si existe una sociedad que entroniza a sus ídolos para luego fagocitarlos cuan mantis religiosa gigante, esa sociedad es la norteamericana. Desde su más tierna edad, los niños son incentivados por sus madres frustradas en lo artístico a someterse a los vejámenes más tremendos para lograr sus cinco segundos de fama. En el caso de aquellos que así lo consiguen, el resultado termina siendo nefasto para su vida personal que se desintegra frente a la impávida mirada de la misma sociedad que lo condujo al éxito.

El director Harmony Korine en sus trabajos anteriores nos ha mostrado su total falta de escrúpulos para sumergirse y exhibir esa basura que la sociedad norteamericana tanto se esfuerza por esconder, habiéndolo hecho ya con su polémico film Trash Humpers (película del año 2009 que pudo verse en el BAFICI hace unos años) donde literalmente los desechos eran su objeto de narración cinematográfica.

En este caso el creador de Gummo (1997) sube su apuesta y, con un presupuesto que así se lo permite, se decide a jugar con las figuras Disney Vanessa Hudgens, Selena Gomez y James Franco, junto con Ashley Benson y Rachel Korine (su propia esposa) para narrar en primera persona la decadencia del imperio de Norteamérica.

La historia se basa en cuatro jóvenes universitarias extremadamente sexys que sólo tienen un deseo: irse de springbreak para poder escapar de su monótona vida de adolescentes y para ello buscarán el camino más simple en la delincuencia. Sin moralina ni arrepentimiento robarán tan sólo para conseguir prolongar un divertimento tan banal como fugaz, léase bikinis, alcohol y drogas en medio de las vacaciones de primavera de los estudiantes universitarios.

Allí, pasearán en ciclomotores con coloridas bikinis, se drogarán con cuanta sustancia encuentren en su camino, tendrán sexo casual y mirarán los atardeceres coloridos siguiendo un mismo mantra “Springbreak forever¨.

Sin embargo, lo bueno y fácil llega a su fin y aquí cuando todos los convencionalismos indicarían que las jóvenes al ser apresadas por abuso de sustancias, abren la ventana al aire fresco de moralina para calmar los ánimos, muy por el contrario lo que ingresa es el pecado en su forma más brutal y encantadora, un casi irreconocible James Franco encarnando a Alien, un rapero blanco con alma de negro que paga la fianza y las sacará de su presidio no con un propósito de salvación sino para proponer un nuevo rumbo en su vida delictiva.

De esta manera, la tropa de vacacionantes se dividirá entre las que decidan seguir los pasos de este alocado mesías de la perdición y las más recatadas, que volverán con la frente marchita y las fosas nasales deterioradas.

El raid de drogas, delitos, sexo y rap que se inicia entonces es un festín visual pocas veces visto, una parábola perfecta de la actual superficialidad de la sociedad norteamericana, sin colocarse en un pedestal de superioridad sino situándose en el epicentro mismo de la indecencia. Pero este paseo inmoral que nos propone Korine con Spring breakers: viviendo al límite no sería tan encantador ni onírico si no estuviera acompañado por una mano prodigiosa y gran promesa de la fotografía actual: el belga Benoit Debie. Su colaboración como director de fotografía en films de Gaspar Noé le ha aportado una identidad propia que en este film se torna palpable en los edulcorados atardeceres marinos y las noches de neón y fluorescencia.

Así, la narración nos irá llevando por el mundo de estos jóvenes blancos con ansias de actuar como negros y que se muestran marginales desde una cosmovisión basada en los videojuegos. Sin juzgarlos ni glorificarlos, simplemente mostrando la marginalidad de cartón piedra que la sociedad norteamericana profesa.

La propuesta del guionista de Kids (1995) refleja una realidad que Hollywood desearía no exhibir pero siempre existe un alma inquieta dispuesta a revolver en la basura del vecino y Harmony Korine es el basurero que la sociedad anglosajona no esperaba.