Spiderman: a través del spiderverso

Crítica de Paula Vazquez Prieto - La Nación

La historia de Spider-Man nació con el extraño sino del mandato y la casualidad, una encrucijada a menudo aprovechada por el cine. La imprevista picadura de una araña, la obtención de un gran poder y la asunción de una gran responsabilidad. La juventud de su héroe y el camino de aprendizaje hicieron que la saga sea divertida y con espíritu adolescente, esquivando la seriedad de otros correligionarios del sello gráfico. Pero el despegue de Marvel como emporio y multiverso expandió la matriz, dio gloria a la primera generación de superhéroes y todavía está lidiando con el desconcierto de su futuro tras la despedida de esa camada. En ese panorama, la tríada animada sobre Spider-Man y el Spider-Verso (la tercera entrega está anunciada para 2024) parece un apropiado rescate y una genuina exploración de aquel corazón juguetón escondido bajo las exigencias corporativas.

La primera película, Spider-Man: Un nuevo universo (2018), presentó a Miles Morales como una inesperada anomalía en la lógica del multiverso, un doble improbable de Peter Parker con genes latinos y afrodescendientes, que de pronto se encuentra con las vestiduras y las exigencias de un superhéroe. El ritmo todavía era deudor del interés por la narrativa, la animación era vistosa y espejada en la estética del cómic. Incluso había un concepto unitario en el relato, aún con la conciencia de ser parte de una saga. La nueva Spider-Man: A través del Spider-Verso, ensancha la imaginería de la original a golpe de pura autoconciencia. Están los guiños para los fanáticos, las revistas apiladas que anuncian la fuente literaria, los ecos del impacto en la cultura popular de la primera -el más evidente: el meme de los dos hombres araña señalándose el uno al otro-, un villano tragicómico y una explosión de bifurcaciones que conducen a esos infinitos mundos casi como viñetas con aspiración autónoma. Quizás el pasaje del Spider Man indio sea el más claro de esa deriva fragmentaria.

Este concepto de sucesivas instalaciones anudadas en una gran telaraña –la historia de Gwen Stacy y su condición de Spider-Woman, la de Miles y sus padres, la de los sucesivos hombres araña adultos, oscurecidos y exóticos, cada uno amo y señor de su constelación- empuja a la película a un frenesí por momentos agotador. No es tanto por el bombardeo de chistes, juegos de colores y diálogos superpuestos entre los personajes, sino por la insistencia en pensar la lógica del cómic adherida al movimiento cinematográfico. La plasmación directa de ese vértigo, ya sin la pausa narrativa que todavía era posible en la primera, se convierte en una festividad constante, guiada por la felicidad del espectador de agarrar los chistes al vuelo y la ilusión de que sigue a toda velocidad el eco de la novela gráfica que corre ante sus ojos.

He aquí la mejor metáfora de la estrategia de Marvel para sostener su reinado: el hallazgo de una ficción rendidora que ya anuncia sus límites. La acelerada compresión de un imaginario que aspira a contenerlo todo, mezclarlo y escupirlo todo, puede ser disfrutable hasta el momento en que se hace indigesto.