Spider-Man: Un Nuevo Universo

Crítica de Pedro Garay - El Día

Sony quería hacer su propia historia con Spider-Man. El estudio tiene los derechos del personaje, pero tras una trilogía y una saga de dos partes, firmó con Marvel para compartir al arácnido superhéroe en una serie de filmes insertados en el universo siempre en expansión de la comiquera: ¿cómo podían hacer para aprovechar ellos solos las aventuras de Peter Parker?

La respuesta llegó desde los cómics: el multiverso, la existencia de mundos infinitos, permite la existencia de infinitos hombres (y mujeres y cerdos y robots) debajo de la máscara, lo que a su vez permite a Sony abrir múltiples caminos (potenciales spin offs, secuelas, series) hacia el futuro. La premisa de “Spider-Man: un nuevo universo” es, en ese sentido, meramente corporativa.

Pero el equipo creativo de la deslumbrante cinta animada estrenada el jueves no solo se divierte jugando con ese concepto, imaginando que esta película retrata no un nuevo “reinicio” para el superhéroe más reiniciado en la historia (es una broma recurrente en el filme, al punto de estructurar la historia): lo estira, lo explota, lo subvierte. Cortesía de Phil Lord (como guionista) y Chris Miller (como productor), que ya habían convertido una película sobre ladrillitos de juguete (“LEGO: la película”) en una fiesta que se movía entre la ironía autoconsciente y el corazón.

En “Un nuevo universo”, vuelven a tomar un encargo corporativo para deconstruir el remanido mito arácnido y volverlo a edificar de una manera fresca y posmoderna, pero sin poses ni distancias, abrazando con una sonrisa de chico al personaje y al género en todas sus dimensiones, desde las más nobles hasta las más ridículas. Santo remedio en un momento de saturación superheroica: en algún lado, la gerencia de Disney se está pateando a sí misma por echar a Lord y Miller de la dirección de “Solo: una película de Star Wars”, el primer fracaso comercial de la historia de la saga galáctica…

Y como en “LEGO”, el proyecto corporativo también asume libertades inusitadas, no solo narrativas sino también (¡sobre todo!) visuales. En el panorama cinematográfico actual el cine de animación de Hollywood tiende a una homogeneización estética, de diseños y texturas similares, diseñados por los mismos programas y reduciendo (drásticamente) las posibilidades de un medio infinito como el animado.

Pero “Spider-Man” hace estallar en múltiples posibilidades esa homogeneidad. Si “LEGO” utilizaba la animación por computadora para emular la estética stop motion de los videos amateur realizados con los ladrillitos, la cinta de Bob Perschietti, Peter Ramsey y Rothman también bebe de sus propias fuentes y recrea desde el siglo XXI el estilo, las texturas y sensaciones visuales de la historieta, completo con viñetas en pantalla, globos de diálogos y hasta la trama de puntos Ben-Day utilizada para colorear los cómics.

Y ese es solamente el estilo dominante en un proyecto de arte pop que fusiona en su licuadora posmoderna anime, noir, cartoon -estilos cada uno perteneciente a cada nueva “persona araña” que aparece (una es una joven del futuro que tripula un robot “kawaii”, otro un personaje del policial negro, y también hay un cerdo parlante)- y hasta arte callejero, el “estilo” de Miles Morales, nuestro nuevo protagonista.

Ampliamente celebrada por esta creatividad visual, un ejercicio de valentía estética en una industria que atraviesa un momento fuertemente conservador, la cinta trasciende también el culposo mandato de la Hollywood actual que pide diversidad ante todo: hay un protagonista mitad negro mitad latino y dos mujeres araña (una japonesa), pero la multiculturalidad de “Spider-Man: un nuevo universo” se expresa en la convivencia de estos tipos diferentes de trazos, que son diferentes expresiones de diferentes culturas, épocas, géneros, tradiciones. En la convivencia de múltiples dimensiones expresivas, infinitas posibilidades creativas.

Así, el convencional mensaje heroicista del contenido del filme (cualquiera puede usar la máscara, un mensaje particularmente apto para un superhéroe “de a pie” como Spidey) cobra dimensiones físicas al fusionarse con la forma, abandonando el mero experimento visual y convirtiéndose en un manifiesto por la diversidad individual y cultural: “Spider-Man: un nuevo universo” expresa en sus ideas y su animación que todas las culturas tienen voz, que todos podemos expresarnos. Nadie debe conformarse, achatarse, para encajar, dice esta fábula “coming of age”: la historia de Miles (animado realizando los característicos movimientos del héroe “a su manera”) adoptando la máscara no es tanto la de un superhéroe aprendiendo eso de la responsabilidad, sino la de un artista aprendiendo a expresarse.

¿Pero entonces ‘Spider-Man: un nuevo universo’ es una película de esas llamadas “políticas”? Una película sobre mundos irreconciliables colaborando entre sí en la era Trump, y una cinta que desde dentro de la industria subraya como el consenso global ha reducido las expresiones culturales (de la animación, del arte, de la cultura, hoy “starbuckizada”, desprovista de sabores particulares) no puede no serlo.