Spencer

Crítica de Ignacio Rapari - Cinergia

El fin de semana catártico de Diana

Difícilmente Spencer se trate una biopic de interés para el público masivo, puntualmente por su ejecución, pero no solo se destaca por la notable interpretación de Kristen Stewart, sino también por apostar al género -con más aciertos que errores- sin las redundantes ejecuciones que se ocupan de llevar constantemente personajes icónicos a la pantalla grande.

Tan solo los primeros 15 minutos de Spencer, antes de que aparezca en pantalla el título de la obra sobre un acertado y macabro plano cenital de la mansión de Norfolk donde ocurrirá la mayor parte de la historia, dan cuenta de varios de los puntos que serán corrientes durante el desarrollo de la nueva película de Pablo Larraín. En primer lugar, antes del primer plano, un intertítulo señala que estamos ante una fábula a partir de una tragedia real.

Tras esta importante mención, la introducción de la obra rápidamente divide la acción entre los preparativos para lo que será el fin de semana navideño de la realeza británica y, por otro lado, presenta a Diana Spencer (Stewart) perdida para llegar al encuentro (adviértase el extravagante banquete que prepara la cocina militar y, como contrapartida, el modesto café en el que arriba Diana para pedir indicaciones). Sola, desprovista de cualquier seguridad esperable para una figura de tamaña notoriedad y dirigiéndose hacia otros como si Diana no fuera quien de verdad es, se consolida el eje temático principal de la película: la tensión de la icónica Lady Di con la Casa de los Windsor. Mientras tanto, ambas dimensiones transcurren con simbolismos que adquirirán significancia con posterioridad (por ejemplo, el primer plano de un faisán muerto), los primeros acercamientos de Diana con su juventud -intenso travelling mediante que la dirige hacia un espantapájaros- y las primeras aproximaciones del horror, materializadas a través de la fantasmagórica realeza y el inquietante personaje de Allistair Gregory (Timothy Spall), un funcionario real al que se le encarga el seguimiento de Diana durante el fin de semana.

Que Diana requiera un control exhaustivo por parte de la realeza, desde ya, tiene su razón de ser. Históricamente hablando, se sabe del desgaste que se produjo entre la Princesa de Gales y su por aquel entonces marido, el Príncipe Carlos (Jack Farthing) y, por ende, con el resto de la Casa Windsor. Spencer se vale de este disparador y se ocupa de presentar a un personaje que comienza a ser visto como una amenaza para la familia más importante de Gran Bretaña. A través de ese punto, tanto a Larraín como al guionista Steven Knight, les interesa especialmente indagar en la psicología de una figura desgastada por todo lo que le implica estar donde está (en este caso, léase “donde” como “con quienes”) y para ello, la dupla en cuestión se vale de varios caminos atípicos en las biopic que inundan año tras año las ternas de premios (¿Será por eso que Spencer quedó relegada a tan solo una nominación para Stewart?). Para ello, se luce la construcción de un clima asfixiante que por momentos hasta se aproxima al horror. El encierro, tanto físico como psicológico, es explotado a través de la puesta en escena (podría decirse que la mansión de Norfolk funciona como un Hotel Overlook aristocrático), primerísimos planos que retratan a Lady Di en todas sus facetas y una constante transición entre lo real y lo onírico, punto en el que se advierten algunas obviedades a raíz de los excesos sobre en los que se quiere llevar a cabo esta decisión.

No obstante, el tormento que atraviesa Diana durante este fin de semana festivo, que la llevará hacia los lugares más ocultos de su identidad (incluyendo la antigua casa Spencer, en una secuencia sin dudas escalofriante), no resulta absoluto puesto que hay varios momentos en los que se puntualiza en su versión más plena, aquella que brilla con sus dos pequeños hijos y su asistente Maggie (Sally Hawkins), quien a pesar de trabajar para la realeza logra ser tanto un apoyo fundamental para la princesa como una compañía sumamente entrañable, tanto que no puede pensarse en otra actriz que no sea la dulce Hawkins para el rol. De igual manera, el abrumador clima que abunda durante la mayor parte de la historia y que se incrementa gracias a la notable banda sonora de Jonny Greenwod -que no fue nominado al Oscar por la composición de Spencer, pero sí por la de El poder del perro– encuentra un reconfortante destino apenas comienza a sonar “All I Need Is A Miracle”, de Mike + The Mechanics.

Por otro lado, Kristen Stewart, quien logra frente a la cámara un magnetismo irresistible, logra una composición digna no solo del fervoroso reconocimiento que viene cosechando, sino también de La Academia en la venidera edición de premios. Ahora bien, ello no se debe al hecho de la mera imitación (algo similar a lo que hizo Rami Malek con Freddie Mercury en Bohemian Rhapsody) sino a que logra que el personaje sea verosímil y apasionante dentro de las reglas que propone la fábula de Larraín.

Lejos de la frialdad y la mediocridad de la fallida producción dirigida por Oliver Hirschbiegel, en la que Naomi Watts protagonizó a la Princesa de Gales, Spencer se destaca por construir en base al mayor conocimiento posible del personaje, desprendiéndose de los lugares más comunes de la biopic. Puede que esa búsqueda sea un tanto excesiva, lo que conlleve a que gran parte del público masivo no logre soportar el extenuante clima que prevalece, pero más allá de eso, Spencer es una fascinante experiencia dramática y visual en la que predominan los aciertos.