Space Jam: Una nueva era

Crítica de Rolando Gallego - EscribiendoCine

Ni con los avances tecnológicos recupera el mito

En esta nueva era, la película sólo sirve para exponer el poderío del estudio productor como una gran publicidad desabrida y sin gracia.

Con algunas comedias en su haber, y un parentesco con Spike Lee, Malcom D. Lee es el encargado de recuperar la saga que cruzó animación, personajes clásicos, y el básquet, hace más de 20 años.

Sale Michael Jordan y entra Lebron James para acompañar a los clásicos Looney Toones en una nueva vuelta de tuerca al match espacial que podría definir el futuro del mundo. En este caso, el basquetbolista en cuestión debe lidiar con su hijo adolescente, quien se las ingenió para especializarse en un videojuego con características muy similares a la del juego del que su padre es una estrella y en el que, caprichosamente, y sin mucha explicación, terminarán dentro lidiando con un siniestro villano de turno, encarnado por Don Cheadle, quien exigirá que para salir de ese espacio virtual deban batirse a duelo en una partida, para la cual los “humanos” contarán con la ayuda de los entrañables personajes animados.

Allí están todos, o casi, los cancelados recientemente por Hollywood brillan por su ausencia, como también las ideas para lograr un relato original dentro de los parámetros que establecía la predecesora.

Entonces la película en vez de lanzar nuevas líneas argumentales, recupera casi de manera calcada, la necesidad de generar una dupla entre jugador/caricaturas, para así viabilizar su narrativa, la que, además, y excesivamente, apunta a valerse del universo de los estudios Warner, toda su sinergia, para promocionar y publicitar sus productos previos y venideros.

Que Space Jam: Una nueva era (Space Jam: A New Legacy, 2021) llegue a días del arribo a la región de la plataforma HBO MAX, tampoco es casualidad, convirtiendo a la película, en un eterno y aburridísimo aviso publicitario que carece de la originalidad y la gracia de su predecesora, la que, aun en sus limitaciones tecnológicas, en comparación, termina saliendo victoriosa al contrastarla con esta copia burda y sin sentido.

Algunos gags, humor, pero también mucha, mucha publicidad, terminan debilitando una propuesta que bien podría haberse valido de la nostalgia por la original y los icónicos personajes, pero tal como el villano de turno, Al G. Ritmo, Malcom D. Lee, sólo se puso a responder a los intereses de una industria que expulsa las ideas y pretende ir siempre a la zona de confort de lo probado, el éxito garantizado, sin darse el permiso para explorar nuevas opciones ante franquicias que tienen un lugar en el corazón de los fanáticos, a quienes, una vez más, termina por defraudar.