Space Jam: Una nueva era

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

"Space Jam: Una nueva era", superhéroes, pero sin gracia.

El film retoma las bases de la película de 1996 reuniendo nuevamente a los Looney Tunes con un basquetbolista de elite.

La pandemia no cambió la costumbre de los grandes estudios de intentar monopolizar la venta de entradas durante las vacaciones de invierno con películas blancas, inofensivas y pensadas para el consumo familiar. La principal apuesta de este año es Space Jam: Una nueva era, que retoma las bases de la película de 1996 reuniendo nuevamente a los Looney Tunes con un basquetbolista de elite. Antes fue Michael Jordan, por entonces en el pico de su fama mundial gracias a los títulos Chicago Bulls y la expansión de las transmisiones de la NBA, sistemas de cable mediante, por todo el mundo. Ahora le toca a LeBron James, actual estrella de Los Ángeles Lakers, entrar al rectángulo junto a Bugs Bunny, el pato Lucas, el gato Silvestre, el Demonio de Tasmania y el resto de la troupe, para un partido feo y deslucido, jugado sin ganas ni emoción, como si fuera un equipo descendido cumpliendo con el calendario.
El que falta es el zorrino Pepe Le Pew, borrado luego de que el columnista del New York Times Charles M. Blow lo señalara como un personaje “normalizador de la cultura de la violación”, en tanto tenía por costumbre “intentar besar a Penelope Pussycat sin su consentimiento”. Falta también la gracia, perdida en algún momento de un proceso creativo durante el que nadie parece haberse esforzado demasiado. Así lo demuestra una introducción que muestra a LeBron llevándose no muy bien con un hijo preadolescente más interesado en la programación y las pantallas que en embocar la pelota naranja en el aro. LeBron, como diez de cada papás en Hollywood, quiere que el nene siga sus pasos, pero al final terminará aprendiendo que cada quien tiene la potestad de elegir su propio camino.
Una de sus creaciones es un videojuego parecido al básquet pero con reglas propias que incluyen tiros que valen cientos de puntos, plus por espectacularidad y diversos trucos para lograr saltos más altos. Ese juego, con reglas tan caprichosas como la película, se materializará cuando LeBron y su hijo terminen “secuestrados” dentro de los servidores de Warner, encendiendo la mecha de una trama que, como Tron, transcurre íntegramente “dentro” del software, donde un algoritmo (¿?) hace las veces de villano. Ese papel le toca a Don Cheadle, el único cooptado por un espíritu caricaturesco en medio de un entorno desangelado y mayormente digital. La propuesta de Al G. Ritmo (tal como se llama) es un partido para definir la libertad de los James, quienes contarán con la ayuda de Bugs Bunny y la banda.
En la primera mitad de la película, casi todos los dibujos son 2D. En la segunda, cambian a un diseño tridimensional volcado a un realismo por el que se notan hasta las texturas de los pelos. De cualquiera de las dos maneras, funcionan como vehículos para mencionar al estudio Warner cada vez que sea posible, un caso de product placement –o chivo, como se diría en criollo– que haría sonrojar al cine industrial argentino de fines de los ’90. Hay mil referencias a películas y series pertenecientes al conglomerado mediático, una invitación para el desfile de, entre otros, Batman, Superman, Mujer Maravilla y varios personajes de Mad Max y Game of Thrones. Solo falta una placa negra con información para suscribirse a HBO Max.