Sonríe

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Algo horrible ocurrirá

Sonríe (Smile, 2022), debut en el campo del largometraje de Parker Finn, es una película entretenida y bastante digna que no se condice del todo con lo que prometían los trailers genéricos y muy poco imaginativos del caso, éstos sinceramente uno de los peores males del cine de terror -y de otros géneros duros, como los thrillers y el suspenso- de las últimas décadas porque se la pasan saboteando cada una de las faenas que supuestamente venden adelantando elementos cruciales de la trama, “quemando” los principales puntos de tensión visual o directamente las mejores escenas y sobreexplicando el parentesco de la película en cuestión desde lo tácito y en muchas ocasiones lo explícito a toda pompa, no vaya a ser cosa que no quede en evidencia en esos escasos minutos la filiación concreta del film como producto que corresponde a determinada categoría, grupo o linaje, aquí la de los fantasmas/ entidades/ maldiciones/ espíritus/ criaturas sobrenaturales que van desde aquellos espectros vengadores o psicópatas “por amor al arte” del J-Horror de fines del Siglo XX y principios del siguiente hasta las condenas en secuencia de impronta etérea símil Final Destination (2000), opus de James Wong, esquema en el que lo espantoso que no se ve o que se insinúa debería ser tan importante como eso que queda en primer plano frente a los espectadores.

Basada en un corto de Finn, Laura Hasn’t Slept (2020), trabajo también disfrutable que le debía mucho más a A Nightmare on Elm Street (1984), de Wes Craven, que a las clarísimas influencias de Sonríe, léase el acervo artístico en general de Mike Flanagan, la mencionada Final Destination, It Follows (2014), de David Robert Mitchell, y The Ring (2002), remake de Gore Verbinski del neoclásico de Hideo Nakata, Ringu (1998), la película se centra en Rose Cotter (Sosie Bacon, nada menos que la hija de Kevin Bacon y Kyra Sedgwick, en parte similar a Barbara Hershey pero sin su sex appeal), una psiquiatra que atestigua cómo la protagonista de Laura Hasn’t Slept, Laura Weaver (Caitlin Stasey), se suicida adelante de ella cortándose el cuello, lo que genera una rauda maldición en la que una entidad maligna provoca alucinaciones a la víctima tomando el rostro de gente a su alrededor, sonriendo sin cesar y llevando al pobre iluso a matarse justo luego de ser poseído a último momento. Por supuesto que a Cotter casi nadie le cree, ni su jefe ni su prometido ni su hermana mayor ni su terapeuta, aunque sí una ex pareja que trabaja en la policía, Joel (Kyle Gallner), con quien descubre que todos los suicidados tuvieron un testigo que sigue la estela funesta, la cual a su vez sólo puede cortarse cuando se asesina a alguien con un tercero observando.

Finn no innova en nada y se excede en la duración aunque sabe apuntalar la idea de que algo horrible ocurrirá y trabaja muy bien la puesta en escena con paciencia y jump scares sutiles y elegantes, además logra una actuación excelente de Bacon, aprovecha el latiguillo irónico de nuestra psiquiatra cayendo en la locura, nos regala un monstruo sin rostro y bien desarrollado y mantiene un tono narrativo severo que le permite explorar clichés del horror que asimismo son temáticas importantes en la vida de cualquiera, pensemos en la tragedia, la histeria, la investigación, el acoso, el ninguneo social, la soledad, la disyuntiva moral, el apego, la solidaridad y la batalla final con aquello tan temido o quizás evitado. El director y guionista también se hace un festín con otros dos de los estereotipos paradigmáticos del terror inmaterial, primero la confusión entre realidad y ficción, aquí mediante una Cotter que incluso parece haber matado a su gatito Mustache y haberlo envuelto como regalo para su sobrino, y segundo el trauma como alimento del mal y eje del contagio, todo en función de una Rose que dejó morir de sobredosis a su madre (Dora Kiss), mujer abusiva que se fue degradando mentalmente y que quedó al cuidado de una versión infantil de la protagonista (Meghan Brown Pratt) porque su hermana Holly (Gillian Zinser) abandonó la casa familiar.

Si la pensamos en términos del terror reciente, Sonríe cae por debajo de otras propuestas interesantes como Barbarian (2022), de Zach Cregger, Pearl (2022), de Ti West, Nope (2022), de Jordan Peele, Speak No Evil (2022), de Christian Tafdrup, Men (2022), de Alex Garland, Prey (2022), de Dan Trachtenberg, The Black Phone (2021), de Scott Derrickson, y The Innocents (De Uskyldige, 2021), de Eskil Vogt, emparda a películas como Hellraiser (2022), de David Bruckner, Orphan: First Kill (2022), de William Brent Bell, y Beast (2022), de Baltasar Kormákur, y supera a productos muy decepcionantes como Deadstream (2022), de Joseph y Vanessa Winter, Bodies Bodies Bodies (2022), bazofia de Halina Reijn, Significant Other (2022), de Dan Berk y Robert Olsen, Watcher (2022), de Chloe Okuno, The Invitation (2022), mamarracho de Jessica M. Thompson, House of Darkness (2022), de Neil LaBute, Mr. Harrigan’s Phone (2022), de John Lee Hancock, y Jeepers Creepers: Reborn (2022), enorme basura de Timo Vuorensola. Espiritualmente cercana al horror por Internet, ese que va desde Slender Man (2018), de Sylvain White, pasa por Host (2020), de Rob Savage, y llega a Grimcutty (2022), de John Ross, Sonríe sobrepasa a esos bodrios y sin ser precisamente una joya por lo menos atrapa desde el inicio y no suelta a su público…