Sonidos vecinos

Crítica de Pablo Raimondi - Clarín

Estrellas del desamparo

La mirada intimista en un barrio de Recife.

La lucha para combatir el miedo. Una invasión a la intimidad. Inseguridad. El negocio para luchar por el bienestar dentro de un área residencial de Recife, donde la clase media busca asomar cabeza.

Todo esto refleja Sonidos vecinos, primer largometraje del brasileño Kleber Mendonça Filho, quien parece marcar la respiración de una zona urbana que conoce bien (nació allí). El continuo estado de alerta que transmite esta película se plasma con los múltiples sonidos (e historias) del filme: varios de ellos construyen las situaciones de conflicto.

Como bien dice su director, Sonidos vecinos proviene de notas que tomó él sobre la vida que sucede “a través de mi ventana, o en la azotea del vecino, del otro lado de la calle”. Porque el aspecto intimista y costumbrista que genera el filme se ensambla con el aislamiento de sus personajes: un anciano preso del poder que acumuló y que teme una represalia, un ama de casa con insomnio (que se masturba con la vibración del secarropas y droga a un perro que ladra de más) o el amor/desamor que sufre João, un joven agente inmobiliario con pretensiones.

Los detonantes del filme irán activándose poco a poco, a fuego lento, de la mano de una sospechosa empresa de seguridad independiente que irrumpe en las solitarias vidas de los vecinos, en donde la arquitectura del lugar casi siempre se muestra despojada o vacía. Metáfora del desamparo.

La irrupción a una propiedad por la noche, el maltrato al servicio doméstico, la puesta en escena de las torres de departamentos (a las cuales Mendonça Filho filma desde casas aledañas, mostrándolas imponentes, inalcanzables) evidencia la continua lucha de clases y poder en el que navega Sonidos vecinos. ¿Punto en contra? Un metraje excesivo y, por momentos, cierto ritmo cansino en una narración que anticipa situaciones.