Sonata para violonchelo

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Aquellos convencidos de que el cine europeo “es lento” hallarán en esta película catalana una prueba irrefutable. Todas las mañanas Julia ensaya chelo en su habitación y recibe a alguien, un alumno, su pareja, su amante –varios años menor que ella–. En el caso de este último, el cuadro se extiende a escenas en la cama, a la insatisfacción de ella, al enojo y los pucheros de él. Julia siente dolores; padece una extraña clase de fibroma que no termina de definirse como aquel enemigo mortal y ella prefiere interpretar, más bien, como cierto estrés vital, un cansancio con neuralgias inmotivado.
En algunos aspectos, Julia parece inspirada en Carol White, la hipersensible y paranoide protagonista de Safe encarnada por Julienne Moore; pero las comparaciones con el notable film de Todd Haynes acaban ahí, en el boceto de esa insoportable levedad de ser. Hay amateurismo en la sintaxis del film, en el modo en que se suceden escenas que podrían definirse de (mal) goce lacaniano, mayormente en flashbacks o imágenes de relax en una piscina, que, si bien a veces son interesantes, no tienen un orden causal y por ende no afectan al desarrollo del film.
De mala manera, la película tiene un verosímil más real que cinéfilo, lo cual afecta al interés del espectador, más allá de (o sumado a) los denodados esfuerzos en las actuaciones.