Sonata para violonchelo

Crítica de Cristian A. Mangini - Fancinema

MUSICA AMARGA

Sonata para violonchelo, que implica el debut en la ficción como directora de Anna Bofarull, tiene en su haber el hecho de que engancha inicialmente, nos mete en el drama de la torturada mujer interpretada por Montse Germán, pero luego se disuelve en subtramas no resueltas y el cliché en el que caen muchas de las películas que profundizan su mirada sobre el artista desde la caricatura del solitario, triste y taciturno que por momentos nos hace verlos como seres distantes: una ficción amarillista que tiene su cuota de verdad pero que por la forma en que generalmente es llevada, cae en los vicios del estereotipo. La directora juega con una carta que le da humanidad a este aspecto irregular del film, la actuación de Germán y la enorme paleta de matices que ofrece.

Esencialmente el film se focaliza en el personaje de Júlia Fortuny, la talentosa chelista interpretada por Germán, que se encuentra atravesando tanto una crisis personal como creativa. A esto se suma que le es confirmado el diagnóstico de fibromialgia, una enfermedad crónica asociada a dolores y alteraciones en el sistema nervioso que no tiene cura y de la cual poco se sabe, que amenaza con sepultar su carrera musical al impedirle seguir tocando. De sus encuentros y desencuentros con la enfermedad y cómo van erosionándose sus vínculos a raíz de su crisis personal es de lo que habla Sonata para violonchelo, zigzagueando estas cuestiones a lo largo de 107 minutos que terminan haciéndose extensos porque las subtramas y algunos personajes (un buen ejemplo es el ex marido de Julia) no aportan realmente nada. Sólo conducen hacia desenlaces previsibles que nos llevan a preguntarnos por la verdadera utilidad de gran parte del metraje de la película. Quizá sea el vínculo con su hija Carla (Ivana Miño) el mejor construido y sobre el cual se sostienen algunos momentos sólidos.

Las actuaciones en algunos casos desentonan fuertemente con el nivel de Germán y algunas elecciones estéticas resultan un poco extrañas en el contexto de un film que hace de los planos estáticos su fuerte para mostrar el deterioro del personaje de Julia. Los ralentis que se reiteran varias veces al iniciarse el film y secuencias oníricas que en ningún momento están a la altura de lo que cuenta el relato son ejemplos de elementos que aparecen aislados y sobre los cuales no hay continuidad o progresión. Sin embargo, gana por su intensidad dramática el interés para seguir la historia de Julia más allá de sus irregularidades, convirtiendo a Sonata para violonchelo en una de esas películas que a pesar de tener algunos vicios televisivos pueden llegar a entretener un domingo a la tarde.