Son como niños

Crítica de Ezequiel Boetti - EscribiendoCine

Hazme reír...al menos un poco

Son como niños (Grown Ups, 2010) es Adam Sandler poseído por el espíritu escatológico de los hermanos Farrelly. Adam Sandler culposo. Adam Sandler con moraleja. Adam Sandler lejos de Adam Sandler.

Corre el año 1978 cuando un grupo de amigos pre-adolescentes alcanzan la cumbre deportiva obteniendo el título de la Liga infantil de Básquet, prohijados por el manto de sabiduría del entrenador. Más de tres décadas después, su muerte los vuelve a reunir. Allí, durante un fin de semana en el mismo lugar donde paladearon la gloria, descubrirán que, más o menos exitosos, más o menos felices, la esencia y la amistad entre ellos está latente.

Resultaba un gran enigma el norte al que apuntaría la carrera del otrora Saturday Night Live luego de la crepuscular Hazme Reír (Funny people, 2009), editada directo a DVD algunos meses atrás. El film de Judd Apatow era quizá la comedia más amarga que el cine norteamericano dio en los últimos lustros: en cada costura de la historia ¿autobiográfica? (con audios originales de Sandler y Cía.) de un comediante de stand up solitario y aquejado por un cáncer cuyo único vínculo que a duras penas encuadra en los cánones de la amistad es un empleado que lo idolatra, se traslucía un drama existencialista, que cuestionaba la forma y el contenido de su carrera artística. Era una película de clausura embebida en una profunda melancolía por aquel mundo que fue y ya no es; no sólo el cierre de una etapa en la vida profesional de Sandler –cuyo personaje se acepta obsoleto y se corría hacia un rol más pedagógico- sino también en la forma de ver, hacer y entender su cine. Por eso Son como niños adquiría una magnificación inusitada para los habituales espectadores del actor de cabeza ovoide: era difícil que su filmografía permaneciera indistinta a Hazme reír.

Son como niños es, antes que una mala película, una película inconsciente, característica aún más notoria cuando el comediante oficia también de productor y guionista. Que los personajes sean adultos negados a esa condición, adolescentes retroactivos eternos que aspiran al entretenimiento más vacuo e intrascendente propio de los sub-20, es un característica larval de su productora Happy Gilmore. Lo novedoso es la aparición del goce culposo, de la aceptación de que esa feliz inmadurez es algo socialmente mal visto, mundanamente incorrecto. Por eso todos terminan pidiéndose disculpas, reconociendo sus inmadureces e imperfecciones en una ronda expiatoria. Son como niños está más cerca de la moraleja burda y chillona de Click (2006) que –digamos- del desparpajo e irreverencia de No te metas con Zohan (You Don't Mess with the Zohan, 2008) o cualquiera de los films del siglo pasado.

Pero el film de Dennis Dugan tampoco pisa inseguro la senda de la redención. Como un signo de búsqueda, o quizá del rumbo perdido, la apuesta por momentos es hacía un elemento hasta ahora ajeno al universo sandleriano: la escatología en sus más diversas formas y sonidos. Son Como niños está sobrevolada por el espíritu de los hermanos Farrelly. Pero si ellos tiene ánimos de provocar y de movilizar desde lo escatológico, aquí todo resulta gratuito, innecesario. Quizá el momento más auténticamente SNL sea ese juego menos pueril que estúpido donde se tira una flecha hacia arriba y todos deben huir del círculo. Es un tan solo una escena que revoza absurdo, que apela al sentido más básico y genuino del humor slapstick, aquel donde abundan golpes y mofadas físicas.

Hay apenas muestras de oficio del pálido y desgarbado Steve Buscemi y de ese eterno secundario que es Rob Schneider, que clama a gritos un protagónico que lo catapulte a los primeros planos de la actual comedia norteamericana. Ellos y el perro sin cuerdas vocales (quizá uno de los chistes más logrados del año) salvan la película. Son como niños, la primera película de Sandler post-Hazme reír, se debía mucho más.