Somos una familia

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Marginalidades

Uno de los pilares en los que se apoyan las películas del japonés Hirokazu Koreeda son sin lugar a dudas las miradas de los niños frente a entornos adultos muy complejos y conflictivos. Allí, la transformación de la estructura familiar, la sustitución de roles y los quiebres y rupturas de valores a partir de la irrupción de las crisis económicas de un Japón en transición generan siempre la pregunta sobre las intenciones finales de cada proyecto de este afamado director, ahora nuevamente premiado con su película Somos una familia en el Festival de Cannes.

Si hay un elemento en común entre los personajes con diversas características y situaciones es el de la marginalidad. Quedar al margen de una sociedad de consumo reaviva la necesidad de sobrevivir como sea, por ejemplo del robo por menudeo o estafas mínimas al Estado cuando indicios de asistencia llaman a la puerta. Pero también hay otra marginalidad subyacente y que tiene que ver con la de los afectos donde entra en juego el modelo de familia que va contra la convención de lo tradicional cuando los lazos parentales se ven deteriorados y la importancia de los niños como vértices en un triángulo Sociedad, Familia y Estado cambia de forma constantemente.

Lo primero que debe destacarse es la naturalidad con la que el realizador nipón expone la dinámica de una familia, cuyos miembros no se encuentran ligados desde lo sanguíneo. Todos viven en una vivienda muy precaria con una anciana, a quien llaman abuela, tanto la pareja protagonista Osamu y Nobuvo como los dos niños Shota y Aki, que no son hermanos pero se tratan como si lo fuesen. Este plan de Koreeda se conserva intacto en la interacción y en los vínculos con la abuela por parte de los niños y de los adultos, padre y madre no biológicos. Casi nadie trabaja porque en los nuevos esquemas del Japón actual ya se comienza a desplegar la larga lista de desplazados o ciudadanos de muy bajos recursos, quienes al igual que Osamu y Nobuvo se despojan de todo dilema ético sobre el hurto en tiendas o la propiedad privada en pos de un fin que justifica los medios.

Ahora bien, la introducción de un nuevo miembro a la familia ensamblada transforma las acciones y actitudes de los personajes, redimensiona la trama de los afectos y las carencias no desde el aspecto material únicamente sino en su faz más dramática. Este cambio de rumbo sumerge al nuevo opus del director de Nuestra hermana menor en un melodrama con dosis de policial. Una niña llamada Yuri es cobijada por la familia y cuidada por la abuela como otro de sus nietos pero a diferencia de ellos sobre Yuri, con su nueva identidad Lin, existen sospechas de abandono por parte de sus padres biológicos que no realizaron ningún tipo de búsqueda mientras los medios avivan el sensacionalismo de la desaparición o el secuestro de una niña de clase media.

De esa pequeña anécdota policial emanan algunas de las vertientes que lleva tanto a Osamu como Nobuvo a ocupar roles más importantes en el destino de Yuri, mientras Shota intenta comprender a qué se debe tanto protagonismo de la nueva integrante para cuestionar su papel dentro de esa familia y a la vez la búsqueda de una identidad fragmentada, como la estructura poco sólida de la familia ensamblada que comparte la vivienda de la abuela y se oculta de las autoridades.

Las intenciones del director quedan entonces descubiertas al equiparar los tipos de marginalidad, sin dejar de lado su enfoque social de la pobreza y la exclusión a la que lleva un modelo de sociedad que parece haber perdido algunos valores tradicionales y adoptado nuevas prácticas concentradas en el individualismo, más que en la idea de comunión o grupo.