Somos una familia

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Koreeda, que ganó con su segundo largometraje de ficción, After Life, la competencia del primer Bafici allá por 1999, también hace los guiones de sus películas y suele ser además el montajista. Ya desde los roles asumidos es un caso de autor cabal, y uno de los más insoslayables del cine contemporáneo. Sus temas, sus ritmos, sus puestas en escena: el cine de Koreeda no se apura y tampoco se detiene en lentificaciones inútiles; sus historias suelen abordar a la familia y las relaciones entre padres e hijos; sus actores y actrices no fallan e interactúan -también con el espacio- con una fluidez nítida (su cine tiene a la nitidez como característica preponderante).

Somos familia -nominada al Oscar como mejor película hablada en idioma no inglés- encaja cabalmente en su filmografía, y fue destacada con el mayor premio al que puede aspirar una película en un festival: la Palma de Oro en Cannes (quizás era una apuesta más vital darle ese gran premio a la extraordinaria Lazzaro Felice, de Alice Rohrwacher, pero esa es otra discusión).

Esta es una película de notable solidez, pero eso no implica que carece de riesgos: Koreeda nos mete en una familia japonesa que se sale de los parámetros que se esperan, tanto es así que al principio podemos sentir que estos personajes son dignos de un relato de Mario Monicelli.

Hay un padre que le enseña a su hijo a robar, que lo tiene convencido de que no ir a la escuela es lo normal, que decide rescatar a una nena pequeña y desamparada y llevarla a su casa, en donde viven también tres mujeres (su pareja y "la abuela" entre ellas). Entrar en mayores descripciones de las relaciones sería cometer una injusticia informativa contra una película que hace de su forma de exposición de un mundo doméstico particular uno de sus rasgos virtuosos.

¿Cómo se constituye una familia? ¿Hasta qué punto la sociedad y el sistema contienen o contribuyen a dañar los vínculos entre sus integrantes? Es claro que Koreeda no puede responder esas preguntas porque hace cine en el que los personajes no son proyecciones de sus ideas cerradas sino criaturas singulares y no del todo previsibles, en las cuales un connato de celos puede dar paso a la mayor devoción fraternal en pocos instantes.

Una vez más, Koreeda sabe especialmente filmar la mirada -nítida- de un niño acerca del mundo exterior, ese que cada vez se le hace más necesario y se le impone frente al esquema familiar, esa apertura que hace temblar toda rutina, por menos convencional que esta sea.