Somnia. Antes de despertar

Crítica de Pablo Raimondi - Clarín

Plegaria para un niño dormido

En la combinación de drama y terror, la sensiblería termina ganándole al miedo.

Somnia, antes de despertar, invierte la premisa de la saga Pesadilla: si Freddy Krueger te atacaba en tus sueños apenas te quedabas dormido, aquí el Cankerman emerge de las pesadillas de un niño dormido, se corporiza en la mundo de la vigilia y persigue a los que están despiertos. Por eso es que el sensible, adorable e inocente Cody, el soñador en cuestión, va de hogar adoptivo en hogar adoptivo destruyéndolos involuntariamente a todos. Por eso el chico (interpretado por Jacob Tremblay, el nene de La habitación) quiere evitar a toda costa dormirse.

En realidad, este es un drama contrabandeado bajo la etiqueta del terror. El verdadero tema es el duelo y la elaboración de la muerte, ya sea de un hijo, un cónyuge o una madre, con un enfoque de tintes psicoanalíticos: Freud, claro está, no podía quedar afuera de un guión que tiene a los sueños como disparadores de conflicto.

La combinación de géneros suele funcionar y es deseable, pero en este caso faltó equilibrio: las lágrimas y la sensiblería terminan fagocitando al suspenso y el miedo. Por empezar, porque el monstruo en cuestión es bastante berreta y no resulta muy convincente a la hora de provocar escalofríos (y ya se sabe que entre el horror y la risa hay una línea muy delgada).

Y después, porque el inquietante planteo inicial, el de un chico capaz de materializar no sólo sus pesadillas, sino también sus sueños más agradables, se va desvaneciendo bajo un cúmulo de lugares comunes, con una investigación que arroja conclusiones decepcionantes y termina dándole a Somnia un inapropiado tono de autoayuda.