Sombras de un crimen

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

"Sombras de un crimen" no le hace honor a Philip Marlowe

La adaptación de la novela "La rubia de ojos negros", donde John Banville resucitó al legendario personaje creado por Raymond Chandler, no está a la altura de la tradición del mejor "film noir".

“Junte las piezas, Marlowe", le dicen a Philip Marlowe en uno de los momentos clave de Sombras de un crimen, regreso a la pantalla grande del mítico detective creado por el escritor Raymond Chandler hace casi nueve décadas y que, desde entonces, ha tenido innumerables participaciones audiovisuales y hasta radiales. Un regreso de la mano del alguna vez reputado realizador irlandés Neil Jordan (El juego de las lágrimas, Entrevista con el vampiro) y con más pena que gloria, en tanto aquí se ve envuelto en una trama delictiva tan endeble en su construcción -proveniente de la novela La rubia de ojos negros, donde John Banville resucitó al legendario personaje creado por Chandler- como predecible en su resolución. Difícilmente alguien pueda sorprenderse, en un film que bebe de las aguas del policial negro, ante el hecho de que los buenos no sean tales y quienes aparentan cargar con las responsabilidades criminales, en realidad, se ubiquen en la base de un entramado de intereses espurios que llega hasta las más altas esferas del poder.

Pero la putrefacción sistémica, con la corrupción, las traiciones y las mentiras a la orden del día, no se condice con el trabajo visual y la puesta en escena de una película que, en lugar de en los bajos fondos de Los Ángeles a fines de la década de 1930, parece transcurrir en el set de Amas de casa desesperadas: todo es lindo, prolijo, impensadamente impoluto. Una decisión formal acorde a la esfumación de la personalidad viciosa y los dobleces morales más interesantes del personaje. El Marlowe a cargo del irlandés Liam Neeson, a quien le cuesta salir del rol de justiciero repartidor de piñas y patadas en el que se ha encasillado en la última década y pico, luce impecable incluso en los que se supone son los momentos más barrosos de un relato cuyo disparador es la llegada a su oficina de la hija (y futura heredera) de un acaudalado empresario petrolero.

El pedido de la señorita Clare Cavendish (la alemana Diane Kruger) es investigar qué ocurrió con su amante, un tal Nico Peterson, de quien hace varios días no sabe nada. Dado que el muchacho está lejos de ser un laburante y tiene una billetera cargada con ingresos de dudosa procedencia, la teoría de ella no suena tan descabellada: la versión oficial, según la cual fue arrollado en la puerta de uno de esos clubes nocturnos frecuentados por la crème de la crème de la ciudad de Los Angeles, es en realidad una fachada para esfumarse de la faz de la tierra. El muerto, entonces, sería un perejil, alguien que no pincha ni corta en el entramado delincuencial.

Quienes sí cortan son los distintos personajes con los que irá cruzándose Marlowe durante su investigación: la hermana de Peterson, que parece contar mucho más de lo que sabe; el gerente del club nocturno, un tipo acostumbrado a lidiar con pesos pesados y que difícilmente pueda intimidarse ante las amenazas del detective; los políticos de buena pilcha y con una pinta de tránsfuga bárbara y hasta una ex estrella de cine millonaria a cargo de Jessica Lange, que con su aire de diva venida a menos, un glamour apolillado e ínfulas de grandeza que no se condicen con su contexto, es la única mínimamente compenetrada con su trabajo.