Sombras de un crimen

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Todo es chantaje

Con Sombras de un Crimen (Marlowe, 2022), un trabajo relativamente digno que sin ser malo ni llegar al nivel de los mamarrachos hollywoodenses actuales sin duda podría haber sido mucho mejor, Neil Jordan recupera su mote de “campeón de las películas fallidas e interesantes”, título que ganó a principios de su carrera y que fue perdiendo y recobrando según pasan los años: el irlandés, uno de los cineastas más eclécticos y desparejos que hayan surgido de la década del 80, aglutina un conjunto de películas incuestionables sobre las que hay una suerte de consenso entre el público y la crítica sobre su calidad, hablamos de En Compañía de Lobos (The Company of Wolves, 1984), Mona Lisa (1986), El Juego de las Lágrimas (The Crying Game, 1992), Entrevista con el Vampiro (Interview with the Vampire, 1994), El Precio de la Libertad (Michael Collins, 1996), El Niño Carnicero (The Butcher Boy, 1997), El Ocaso de un Amor (The End of the Affair, 1999) y Desayuno en Plutón (Breakfast on Pluto, 2005), sin embargo el resto de su producción artística también resulta en mayor o menor medida atractivo incluso con los infaltables problemas narrativos de siempre del señor y con cierta desproporción estética/ ideológica/ formal que termina enturbiando el mensaje o el planteo discursivo en general, algo típico de aquella camada de realizadores y guionistas ochentosos que empezaron a dejar de lado el relato estándar de los años 70 hacia atrás en pos de ese pastiche convulsionado que hoy domina tanto el ámbito mainstream como la comarca indie, regiones que precisamente se confunden en el derrotero de Jordan porque continuamente ha sabido combinar la pretensión de accesibilidad masiva del primero con los arrebatos rupturistas o los giros bizarros o melancólicos de la segunda.

Dicho de otro modo, Sombras de un Crimen, coproducción entre Irlanda, España y Francia, se mueve sin cesar en la frontera entre los otros dos grupos de propuestas -ya bien alicaídas, definitivamente- del amigo Neil, léase aquella medianía estrambótica de Angel (1982), El Milagro (The Miracle, 1991), El Buen Ladrón (The Good Thief, 2002), Valiente (The Brave One, 2007), Amor sin Límites (Ondine, 2009), Byzantium (2012) y La Viuda (Greta, 2018), por un lado, y el desastre sin medias tintas -de todos modos interesante, como decíamos con anterioridad- de opus por encargo como El Hotel de los Fantasmas (High Spirits, 1988), No Somos Ángeles (We’re No Angels, 1989) y Sueños de un Asesino (In Dreams, 1999), por el otro lado, amén de una participación televisiva que respeta estos mismos criterios porque Los Borgia (The Borgias, 2011-2013), loable serie para Showtime, contrasta con respecto a Riviera (2017-2020), bodrio encarado para Sky Atlantic. Fiel a su costumbre iconoclasta y en ocasiones bastante revulsiva, Jordan elige obviar las siete novelas de Raymond Chandler sobre el célebre detective Philip Marlowe, en esencia porque todas salvo la última, Cocktail de Barro (Playback, 1958), fueron adaptadas en numerosas ocasiones a la gran pantalla, y opta en cambio por uno de los libros de los muchísimos discípulos post mortem del escritor norteamericano que retomaron el personaje, La Rubia de Ojos Negros (The Black-Eyed Blonde, 2014), de John Banville con el seudónimo de Benjamin Black, dando por resultado una realización demasiado errática que no se decide entre el film noir tradicionalista símil décadas del 40 y 50 o el neo noir posmoderno de raigambre más cínica y kitsch de los 70 en adelante, lamentablemente sin siquiera brillar en alguno de estos dos gremios por separado.

La trama se sitúa en la ciudad de Los Ángeles de 1939 y comienza con el clásico puntapié de los policiales negros, la aparición de una femme fatale, Clare Cavendish (Diane Kruger), encargándole a nuestro investigador privado estrella, Marlowe (Liam Neeson), encontrar a un aparente amante desaparecido, Nico Peterson (François Arnaud), el jefe mujeriego de utilería del estudio Pacific Pictures, un aspirante a agente de talentos con una sola clienta, la actriz Amanda Toxteth (Seána Kerslake), y encima una mula que suele importar cocaína a Estados Unidos escondida en esculturas de yeso para el narcotraficante Lou Hendricks (Alan Cumming), quien tiene de chofer y guardaespaldas a un gigantón, Cedric (Adewale Akinnuoye-Agbaje). El misterio incluye un cadáver que se supone es Peterson pero no lo es, algo atestiguado por una Clare que lo vio en Tijuana después de su hipotética muerte al caer borracho y ser atropellado por un auto -cabeza aplastada de por medio- en la puerta del exclusivo Corbata Club, panorama que se complica gracias a un popurrí algo desquiciado y caótico de personajes en el que no faltan la madre de Cavendish y una otrora estrella de Hollywood, Dorothy Quincannon (Jessica Lange), el mandamás mafioso del club de turno, el proxeneta y también narco Floyd Hanson (Danny Huston), un par de amigos policías de Marlowe que lo ayudan en la pesquisa, Joe Green (Ian Hart) y Bernie Ohls (Colm Meaney), el capo de Pacific Pictures y futuro embajador yanqui en el Reino Unido, Philip O’Reilly (Mitchell Mullen), la hermana de este “latin lover” desaparecido, Lynn Peterson (Daniela Melchior), y un par de mexicanos que torturan, violan y asesinan a Lynn, Gómez (Roberto Peralta) y López (J.M. Maciá), para recuperar una sirena de yeso cargada de polvo blanco.

El relato de Jordan y el malogrado William Monahan, quien estaba destinado a la grandeza después de ganar el Oscar al Mejor Guión por Los Infiltrados (The Departed, 2006), de Martin Scorsese, pero terminó dirigiendo obras olvidables como London Boulevard (2010) y Mojave (2015), incorpora simpáticas referencias al padre del film noir, el irremplazable John Huston, vía una alusión en diálogos a El Halcón Maltés (The Maltese Falcon, 1941) y la misma presencia de su hijo, Danny, en un papel de villano poderoso que duplica en parte lo hecho por John en Barrio Chino (Chinatown, 1974), de Roman Polanski, no obstante la película carece de la riqueza conceptual y del sustrato atrapante de las grandes joyas del formato por excelencia de las vampiresas destructivas, la corrupción moral metropolitana, el parasitismo, la industria del chantaje cruzado y una lucha de clases apenas maquillada bajo la sombra de marquesinas gigantescas, lujo y una andanada de alcohol, cigarrillos y furcias, todos latiguillos que Jordan respeta cual figuritas de un álbum coleccionable y al mismo tiempo no consigue exprimir por una triste tendencia a engolosinarse con escenas excesivamente dialogadas que empantanan la narración una y otra vez. Neeson está un poco mayorcito para interpretar al mítico Philip, detective privado algo puritano y con una ética inquebrantable, aunque ofrece un desempeño digno al igual que Lange y la perfecta Kruger, aquella de Bastardos sin Gloria (Inglourious Basterds, 2009), de Quentin Tarantino, Sr. Nadie (Mr. Nobody, 2009), de Jaco Van Dormael, y En Pedazos (Aus dem Nichts, 2017), de Fatih Akin, entre otras, sin embargo el resto del elenco cae en la caricatura a pesar de la estupenda fotografía de Xavi Giménez y la magistral reconstrucción de época cortesía del director artístico Mani Martínez y el diseñador de producción John Beard. Neil destruye la algarabía Clase B que tantas satisfacciones nos había dado en La Viuda y se enfrasca en la friolera de casi dos horas de metraje que no sólo no se justifican en términos retóricos sino que pecan de redundantes tanto a escala de lo que aquí se pretende transmitir, en esencia un gran cariño para con ese dejo bohemio de antaño que no se logra revitalizar o por lo menos reproducir desde nuestra contemporaneidad, como en lo que atañe a la pose posmoderna de la “deconstrucción” en sí, jugada a la que Sombras de un Crimen llega muy tarde porque ya fue realizada/ ejecutada por Robert Altman en la insuperable El Largo Adiós (The Long Goodbye, 1973), la adaptación avant-garde por antonomasia de un Chandler que exploró en la pantalla grande -y de primera mano- estos enigmas paradójicos a través de los guiones de obras maestras de la talla de Pacto de Sangre (Double Indemnity, 1944), de Billy Wilder, y Extraños en un Tren (Strangers on a Train, 1951), odisea del inefable Alfred Hitchcock…