Solos en la ciudad

Crítica de Miguel Frías - Clarín

En busca de las certezas perdidas

Una joven pareja deambula, por separado, en una “minicrisis”.

La principal debilidad de Solos en la ciudad , opera prima de Diego Corsini, es que la estructura general se impone por sobre cada elemento de la película. Aun en una comedia romántica que propone seguir las convenciones del género, una construcción rígida puede ahogar al desarrollo de los personajes y la trama. En este caso, el filme entero termina siendo una previsible sucesión de viñetas -que podrían ser teatrales- abundantes en sentencias sobre la pareja. Pero la tensión dramática y el humor no terminan de instalarse.

La historia empieza con una pareja joven (Felipe Colombo y Sabrina Garciarena) que decide ver un amanecer en la costanera, al regreso de un casamiento. El cansancio y los efectos secundarios que genera cualquier boda hacen que de la esperada situación idílica se pase a una discusión (que, después de todo, no parece tan grave). Desde ese momento, Santi, profesor de Historia, y Flor, abogada, más ambiciosa y estructurada que él, se separan y empiezan a deambular por Buenos Aires, durante un domingo de confusión y desvelo.

¿Y qué ocurre? Cada uno va encontrándose con diversas personas (desconocidos, amigos, ex parejas, familiares y pretendientes) con los que mantienen largas conversaciones -a puro plano y contraplano- sobre los volátiles sentimientos y la vida conyugal. Algunos de estos personajes están trabajados desde la parodia; otros, desde el realismo: lo común es que todos tienen algo importante, casi aforístico, para decir sobre el amor.

Esta road movie urbana avanza en dos líneas similares aunque divergentes, hasta que apela al montaje paralelo para procurar la confluencia. Entonces, todo encaja como en un rompecabezas: es decir, de un modo artificial. Los rubros técnicos son prolijos; las actuaciones principales, poco convincentes, sobre todo por el peso de un mecanismo muy cerrado.