Sólo un hombre

Crítica de Milagros Amondaray - La Nación

Celebración del melodrama

La película de Tom Ford es una apuesta visual formidable, con ecos a Douglas Sirk y una consagratoria actuación de Colin Firth

Solo un hombre es una película que continuamente se vuelve sobre el pasado. El protagonista, imposibilitado de superar la muerte de su pareja, es atravesado por los recuerdos como si éstos fueran un puñal. Y el espectador siente ese dolor porque el director Tom Ford incluye los flashbacks de los momentos felices sin ningún tipo de golpe estético, a contramano de lo que se pueda creer. Pero Solo un hombre también se vuelve sobre el pasado, no para reflexionar sobre la Guerra Fría o sobre la homosexualidad en los 60 - aunque algo de esto hay -, sino para tomar a grandes cineastas (siendo Douglas Sirk el referente) y celebrarlos desde lo visual. Solo un hombre es una de las películas que ya no se hacen, como en su momento lo fue Lejos del paraíso, la obra maestra de Todd Haynes que también era una historia de amor prohibida o sobre minorías.

Ya saben por dónde viene la mano. El diseñador Tom Ford, luego de abrir su productora FADE TO BLACK, se alejó por un tiempo de Gucci para poner su ojo de esteta en su ópera prima autofinanciada. Tomó como base la novela de 1964 Christopher Isherwood A Single Man y la adaptó junto a David Scearce. A primera vista, la película parecía ser un capricho estético de Ford, una suma de imágenes efectistas onda "vean lo que puedo hacer" vacuas y desprovistas de sustento emocional. Pero no. Ford es un tipo inteligente. Cual estratega, en todo momento sabe qué cartas jugar, a qué recurso apelar y cuándo bajarle un cambio a sus vicios. Y así, en poco más de una hora y media, cuenta la historia de una pérdida impactando desde dos frentes: lo visual y lo argumental, ambos en perfecta concordancia. Había posibilidades de caer en lo obvio. Un ejemplo: cuando George deja de ver el mundo gris, los detalles más hermosos (un sacapuntas que recibe como regalo, unos ojos verdes, etc.) Ford los filma con colores saturados. Sí, está claro que quiere que entendamos la metáfora, pero al mostrarnos esto desde la perspectiva de un hombre en sufrimiento, no hace más que deslumbrar, conmover, invitarnos a una suerte de danza celebratoria de la vida.

Ford va y viene como va y viene la mente de George. Por eso, el presente duele pero a la vez trae una sensación de inmediatez que se absorbe con todos los sentidos. George mira la luna, George palpa el agua de la playa, George huele a una perra que es idéntica a la perra que murió junto al amor de su vida, Jim. Y Jim representa ese pasado al que Ford viaja con una naturalidad deslumbrante, eligiendo apenas cuatro momentos para apelar a los flashbacks: cuando George y Jim se conocen, la electricidad de uno de los primeros besos, una charla en las dunas filmada en blanco y negro y una situación cotidiana. Esa situación cotidiana, retratada con afectación cero, es la de una charla de ambos en el sofá, leyendo La metamorfosis y Desayuno en Tiffany´s, con las perras en el piso junto a ellos. En otra película, sería una escena más. En Solo un hombre es la confirmación de Tom Ford como promesa (si es que existe tal clase de confirmación) y la caja contenedora de todo el resto de las secuencias.

Es decir, en ella está todo el film: la historia de amor, el instante feliz que luego va a doler y el discurso sobre la muerte y el presente. Pero gran parte del mérito de esa escena recae en los actores. Colin Firth, de quien ya conocíamos su talento para decirlo todo con los ojos y la sonrisa, y Matthew Goode (Match Point), quien le imprime una sencillez a ese vínculo que contrasta a la perfección cuando el director nos trae el presente con la brusquedad de un nadador que sale de repente a la superficie. Aquí el presente, al verse afectado por el vacío, se transcurre en cámara lenta, con algunos chispazos de revelaciones satisfactorias (disparadas por personajes secundarios), pero generalmente con una sensación de angustia a priori infilmable.

"Pocas veces en mi vida tuve momentos de absoluta claridad, breves instantes en los que el silencio ahoga el ruido y uno puede sentir más que pensar (...) Pero, como todo, esos momentos se esfuman y me empujan al presente para hacerme ver una cosa: que todo es exactamente como tiene que ser". George dice esto, con las inevitables influencias literarias que recibió de su carrera de profesor, y Ford lo pone en imágenes conmoviendo naturalmente con una estética calculada. Solo un hombre lastima y regocija al mismo tiempo. Es, como la crítica Pauline Kael le pedía al cine, una experiencia multisensorial inolvidable. Una película que penetra.