Solo se vive una vez

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

La fórmula

La coproducción entre Argentina y España vive un momento de bonanza desde hace ya varios años y Sólo se vive una vez (2017), la ópera prima cinematográfica de Federico Cueva, escrita en colaboración por Sergio Esquenazi, Nicolás Allegro, Chris Nahon, Mili Roque Pitt y Axel Kuschevatzky, es uno de los resultados de esta fructífera colaboración.

En un intento de estafa fallido, Leonardo Andrade (Peter Lanzani), un embaucador de poca monta que filma los encuentros sexuales de su novia con hombres casados de buen pasar económico y mucho que perder, se ve envuelto en el asesinato de un científico y empresario a causa de la patente de una fórmula para enfriar carne que aún padece de severos efectos secundarios para la salud en su aplicación. Un grupo empresario extranjero, dirigido por Duges (Gérard Depardieu), está dispuesto a todo para conseguirla y persigue a través de sus subalternos, Tobías López (Santiago Segura) y el sicario Harken (Hugo Silva), a Andrade por algunos escenarios emblemáticos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para quitarle el papel con la fórmula que su novia, Flavia (Eugenia Suárez), le robó a López en su intento de escape.

En su huida, Leonardo le sustrae su atuendo a un devoto de la religión judía, que asiste a un encuentro de la colectividad hebrea en Buenos Aires, para escabullirse en un prestigioso hotel del centro porteño. En el centro judío es recibido por el rabino Mendi (Luis Brandoni), quien lo introduce entre los adeptos y le asigna como compañero de cuarto a Yosi (Darío Lopilato), un judío ortodoxo enamorado de Sara (Arancha Martí), la hija del rabino. El protagonista le solicita ayuda a su hermano mayor, Agustín (Pablo Rago), quien se desentiende del asunto al principio pero es secuestrado más tarde por los secuaces de Duges, entrando por la fuerza en la trama para introducir una dinámica cómica de contradicciones, diferencias y semejanzas entre ambas religiones.

A través de la extravagante aparición de Depardieu, la divertida exegesis de Hugo Silva y la extraordinaria versatilidad histriónica de Santiago Segura, Sólo se vive una vez introduce en enormes dosis un tono de comedia que se combina con las escenas de acción, las excesivas explosiones, las apremiantes persecuciones y los guiños cinematográficos a films como Testigo en Peligro (Witness, 1985), de Peter Weir, y Los Intocables (The Untouchables, 1987), de Brian De Palma, entre otros.

Aunque no siempre causen gracia los gestos y los inofensivos chistes -principalmente a costa de la religión- del trío argentino Peter Lanzani, Pablo Rago y Darío Lopilato, tampoco desentonan en un opus que busca combinar la idiosincrasia irreverente argentina, la severidad europea, la visión ya estereotipada por la repetición constante del modelo del antihéroe -que debe combatir a los delincuentes empresarios de guante blanco- y la tradición judía, que sirve de contexto para enriquecer el guión.

Ya sea a través del estilo de los títulos, la estética del film, la reverencia del protagonista a la banda de rock pesado Kiss (especialmente al tema I Was Made for Lovin’ You, del disco Dynasty, de 1979) o de las citas cinematográficas, Sólo se vive una vez remite constante y conscientemente a las películas de acción de los años ochenta por su trajín, temática y tratamiento de la misma, en un ejercicio de contemplación del ayer muy en boga en una época indolente y apática como la nuestra, que busca en el pasado lo que no puede producir en el presente.

A pesar de esto, el film logra agradar a través de sus personajes secundarios, como Brandoni, que con muy pocas escenas genera un impacto mayor que el resto del elenco nacional durante todo el film. Ya sea homenajeando a estereotipos del cine argentino como el personaje fóbico o el debilucho que se hacen héroes en los films cómicos de los años ochenta que protagonizaban Emilio Disi y Guillermo Francella, por ejemplo, la obra de Cueva busca a cada momento el recuerdo de ese período y sus producciones en la memoria del espectador para generar risas y sonrisas sin pretender nada más que crear un limbo temporal de entretenimiento en tiempos de crisis de ideas.