Solo las bestias

Crítica de Juan Pablo Cinelli - Página 12

El deseo y el azar puestos en acción

Bajo la lógica del policial, la película ordena las líneas del relato alrededor de la desaparición de una mujer en un pueblo rural de Francia.

Amor y destino: esas parecen ser a priori y a la distancia las dos fuerzas de gravedad en torno a las cuales giran los personajes de Solo las bestias, anteúltima película del cineasta alemán (pero que desarrolló toda su carrera en Francia) Dominik Moll, estrenada en 2019 en el Festival de Venecia (la última es La nuit du 12, presentada este año en Cannes). Pero eso solo es posible si se los mira a través del cristal de una concepción de la realidad algo romántica y anticuada. Porque si se presta más atención, tal vez esas dos fuerzas que los empujan a cruzarse no sean otra cosa que el deseo y el azar puestos en acción. Pura dinámica del caos.

Dividida en capítulos que llevan los nombres de los personajes, Solo las bestias juega a contar la misma historia desde diferentes puntos de vista, revelando en cada nueva pasada detalles que permiten ir cada vez más atrás, hasta completar un rompecabezas complejo. Bajo la lógica del policial, la película ordena las líneas del relato alrededor de la desaparición de una mujer en un pueblo rural de Francia. El primer capítulo asume el punto de vista de Alice, la esposa de un granjero que tiene un romance con Joseph, otro granjero solitario y un poco bruto. Ella ve el auto abandonado de la desaparecida en medio de un camino nevado. De Joseph se ocupa el segundo capítulo. Él encuentra el cadáver de la desaparecida tirado en su propiedad. El tercer episodio está dedicado a Marion, una joven camarera que tiene un romance fugaz con la mujer desaparecida. Y así se suman los episodios, que van dando forma a esta historia de estructura coral.

En busca de generar la pasión necesaria para encender el drama, Moll se dedica a cortarles los caminos a todos los personajes. Como si se tratara de un experimento con ratas en un laberinto, cada uno de ellos irá encontrando que todos los destinos a los que aspiran están bloqueados, debiendo avanzar por la única vía que el guión les deja abierta. Que no los llevará ni cerca del lugar al que querrían ir. Ese determinismo con mucho de cruel, sumado al citado esquema coral, trae a la memoria el cine de Alejandro González Iñárritu, que con títulos como Amores perros (2000) o Babel (2006) hizo de la crueldad con sus personajes una marca registrada.

Como sucede con el mexicano, Moll también es un narrador preciso, con dominio de los recursos técnicos y conocedor de las reglas del misterio y el suspenso. No es eso lo que conspira contra Solo las bestias, sino la decisión de jugar a ser un dios impiadoso con sus propias criaturas, con el único fin de imponer un mensaje que opere sobre la culpa del espectador. Por eso, como Iñárritu en esas películas, el alemán decide que las acciones se extiendan hasta el tercer mundo, para expresarse políticamente acerca de cuestiones como, por ejemplo, los efectos del colonialismo europeo en la explotada África. Y no alcanza con citar a la realidad para que un relato se vuelva, ya no cinematográficamente verosímil, sino éticamente válido.