Soldado

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

“Porque me gusta, por una necesidad laboral y para darle el gusto a mi mamá”. Así, después de titubear un poco, el correntino Juan José González le explica a una empleada administrativa los motivos de su postulación para ingresar al Ejército. La cámara de Manuel Abramovich seguirá sus primeros meses en la institución, con el registro de un aséptico documental de observación que dejará a cargo del espectador no sólo la tarea de sacar conclusiones, sino también la de encontrar algún tipo de progresión dramática y descifrar las emociones de este impávido joven.

En cada cuadro, una toma fija -de una prolijidad geométrica acorde a la temática retratada- muestra un universo quedado en el tiempo. Dentro de los muros del Regimiento de Patricios todavía hay oficiales de fajina que les gritan órdenes a sus subordinados. Y usan el mismo tono marcial para comunicar la muerte de un soldado y su carencia de un seguro de vida. Es un mundo al borde del ridículo: hay un entrenamiento físico riguroso, perros incluidos, en vistas de un remoto conflicto bélico.

Todo ritual, visto con distancia, es absurdo. El sinsentido flota sobre las barracas: la institución parece sostenida por toda clase de ceremonias, que van desde la limpieza de las armas hasta el seguimiento de las precisas instrucciones para hacer la venia, tender la cama o lavar el uniforme. En ese contexto, González aprende a tocar el tambor, “el oficio más noble”, según le dicen al sumarse a la banda militar: “En parches de cuero se llamó a los momentos más nobles de nuestro país”. ¿Está orgulloso, arrepentido, resignado? Sólo él lo sabe.