Slender Man

Crítica de Paula Vazquez Prieto - La Nación

En el pasado estaba la magia negra y las invocaciones a las fuerzas ocultas, en los 80 el juego de la copa, en los tempranos 2000 los últimos estertores del VHS que dieron origen a la nena de pelo largo de La llamada, ahora es un videíto alojado en un misterioso sitio web la puerta al mismo miedo a lo desconocido. Eso que siempre resulta inexplicable aquí cobra la forma de un hombre sin rostro, delgado y vestido de traje, cuyas largos brazos se confunden con las ramas de una boscosa y tétrica arboleda. Explorar la obsesión con ese espeluznante hombre de la bolsa (en la cabeza) podría darnos más de un susto si la película del director Sylvain White y el guionista David Birke no fuera tan limitada.

Los recursos oscilan entre la repetición de tópicos demasiado conocidos (cuatro adolescentes, un bosque misterioso, la amenaza de un monstruo) y resoluciones entre redundantes (las campanadas, el sonido de las ramas) y ridículas (los sueños, la deformación del espacio).

El único momento en el que algo parece salir bien es una escena en la que Wren (Joey King, la que mejor funciona del elenco) se interna en una biblioteca para seguir la pista del mito de Slender Man: los límites de la razón y el saber se concentran en ese espacio que se angosta, en la mente que se retrae, en la lucidez que se obnubila. En una película en la que poco se consigue, en la que no hay demasiados sustos y ninguna risa, un momento logrado se celebra.