Skyline: La invasión

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Gente común en días excepcionales

No sería incorrecto decir que “Skyline: la invasión” está a medio camino entre “El Eternauta” y “Día de la Independencia”. Con la espectacularidad visual de esta última (y la misma otredad de la raza alienígena), se aleja de ésta al tomar distancia de la gesta militar patriótica para seguir las vivencias de un grupo de personas comunes atravesadas por la excepcionalidad de la situación, tal como lo planteaba Héctor Germán Oesterheld en su clásica obra.

“Skyline” (“Línea del cielo”) es el nombre que recibe en inglés la vista panorámica de las grandes ciudades desde cierta altura, que permite ver sus rascacielos. Y en este caso, al punto de vista principal de los sucesos que narra el filme de los hermanos Colin y Greg Strause.

Amenaza alien

Sí, como el lector se habrá enterado, la mano viene por el lado de la invasión extraterrestre. Los primeros momentos del metraje muestran los primeros sucesos (las primeras luces azules) para luego volver 15 horas atrás a fin de introducir a los personajes y sus circunstancias.

El fotógrafo Jarrod (Eric Balfour) viaja de Nueva York a Los Ángeles junto a su novia Elaine (Scottie Thompson) para asistir al cumpleaños de su viejo amigo Terry (Donald Faison), que se ha vuelto millonario en la industria del espectáculo, al parecer en el rubro de los efectos especiales (área donde se han lucido los hermanos Strause, valga el detalle autobiográfico).

Terry, junto a su novia Candice (Brittany Daniel) y su asistente Denise (Crystal Reed), organiza una fiesta en el lujoso y automatizado penthouse del primero; la idea de aquél es tentar a Jarrod para que se sume a su equipo de creativos. Durante la fiesta habrá un par de revelaciones (alguna importante para el devenir de la trama); finalmente, los mencionados más Ray (Neil Hopkins), un colaborador de Terry, se quedan a dormir en el departamento.

Así se llega nuevamente al momento cero: unas luces azules comienzan a caer sobre la ciudad y, al parecer, Ray es absorbido por ella. Jarrod va a ver y algo comienza a ocurrir en su rostro.

A estas alturas, el lector pensará que hemos contado demasiado: ni por casualidad. Ésa es sólo la situación inicial, de la que se desprenderá una trama intensa y cada vez más desesperante.

Enigmas

Volviendo a las comparaciones con “El Eternauta”, aquí también hay una primera agresión impersonal (allí era la nevada; aquí, las luces) para luego comenzar la interacción con los agresores. También está el momento de la resistencia doméstica para luego buscar alguna salvación (y aquí comienzan las divergencias: Oesterheld proponía una resistencia colectiva, mientras que los Strause dejan muchas menos opciones para sus protagonistas). Podríamos seguir... pero ahí sí invadiríamos el terreno de lo que no debe ser contado para no arruinar sorpresas.

El guión, firmado por Joshua Cordes y Liam O’Donnell, introduce correctamente a los personajes y permite un relato fluido y bien narrado por los directores, sin demasiadas sorpresas ni “nada del otro mundo”... salvo hacia el final, cuando se va bastante de madre y deja a los espectadores esperando que se abra una puerta y salgan Cordes y O’Donnell para dar algunas explicaciones.

La factura visual es impecable, generando la verosimilitud, al menos para el espectador habituado al cine de ciencia ficción. Los directores salen a demostrar cómo se debe filmar una película de estas características: sin ahorrar efectos, saben mechar algunas sutilezas, como algún fuera de foco como para resaltar la copresencia en el espacio de los actores y aquello que está agregado en el plano. Y, por supuesto, esa luz omnipresente (literalmente, se las ingenian para que entre en el plano aunque sea reflejada o difusa), que atrae a los humanos a la perdición.

El elenco se comporta con corrección, en un filme de ésos en los que el foco está puesto en otro lado. Los mayores lucimientos quizás sean para Thompson y para David Zayas como Oliver, el valet parking del edificio devenido en hábil sobreviviente.

Como hasta ahora nadie ha hablado de secuelas, “Skyline” propone algunos enigmas abiertos. Quizás ahí se juegue el lugar que ocupe entre los fanáticos de la ciencia ficción y las ya centenarias invasiones espaciales.