Sinsajo: Parte 2

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Una agridulce libertad

Finalmente, se acabó lo que se daba, como decían las abuelas. Siguiendo la línea de la franquicia de Harry Potter, hace tiempo que se decidió que “Sinsajo” (“Mockingjay”), el tercer libro de la saga “Distritos” (ahora gracias al salto a la pantalla denominada “Los Juegos del Hambre”; como la primera parte de la trilogía), se iba a dividir en dos películas; contando con el aporte de Suzanne Collins, autora de las novelas, para la adaptación. Como en aquel caso, esto llevó a que la primera parte quede más expositiva y la segunda se meta en la espiral definitiva hacia el clímax de la acción y el esperado final.

Y así arranca la película: con Katniss recuperándose del intento de estrangulamiento por parte de Peeta en el final de la cinta anterior, y con el drama que implica verlo con su mente alterada por los esbirros del presidente Snow, un tratamiento capaz de volverlo en contra de quienes lo quieren. Más metáforas de Collins sobre el mundo que conocemos: los mismos que convierten todo en espectáculo (hasta la muerte) para quitarnos la visión de un mundo diferente son capaces de lavarnos el marulo para que hagamos aquello que en condiciones normales jamás haríamos.

Batalla final

La guerra está bastante avanzada y, en el arranque, ya vemos la batalla por el Distrito 2, cercano al Capitolio, donde apreciamos el cambio producido en Gale, devenido en un guerrero frío y vengativo. Katniss sigue siendo la contraposición de esta visión, hablándole a los leales al Capitolio como hermanos que son en la utilización por parte de los poderosos. Así, la chica sigue siendo emblema de la revolución aun más allá de los deseos del propagandista Plutarch Heavensbee y de la presidente del Distrito 13, Alma Coin.

Durante los acontecimientos, a Coin se le irán cayendo varias máscaras, tantas como a Coriolanus Snow: ni ella es la bondadosa líder de un mundo futuro de pan y rosas, ni él es un sádico invencible. Ella es una manipuladora hábil, y él es mucho más sincero de lo que se cree, y más débil, detrás de la fachada de Agentes de Paz y propaganda. Al fin y al cabo, lo suyo no es más que una defensa de clase: “Los rebeldes han visto las comodidades que tenemos y por eso nos odian; vienen a destruir nuestra forma de vida”; sí, estimado, así empiezan muchas revoluciones, le diría el fallecido economista John Kenneth Galbraith.

El núcleo del relato se articula en torno a la intención de Katniss de querer llegar a la mansión del presidente y matarlo, de a ratos controlada por sus superiores y el equipo de filmación que la siguen. Snow ha llamado a repliegue y en vez de una política de tierra arrasada ha elegido convertir el espacio cedido en una gran arena llena de trampas mortales, para que los rebeldes paguen caro el avance. “Bienvenidos a los 76º Juegos del Hambre”, será la broma de Finnick Odair. Así, la unidad del Sinsajo será mitad parte militar y parte propagandística, teniendo que llevarse al inestable Peeta con ellos (otra cosa con la que lidiar aparte de las trampas y las tropas leales). La sangre correrá y varias caras conocidas perderán la vida, en secuencias de gran despliegue visual que logran transmitir el impacto pero quizás no tanto el terror y la angustia de la heroína (Collins escribió su saga como monólogo interior de la chica, así que del terror del ataque de los mutos al dolor de cada pérdida están enfatizados en uno de los libros más tristes de la “literatura juvenil” y de ciencia ficción).

Reacciones químicas

Luego de las definiciones políticas (no menos importantes) sobre el futuro de Panem algo se dirá sobre esta nueva Katniss Everdeen llena de cicatrices en el alma, alejada de la muchachita corajuda que reemplazó a su hermana en los 74º Juegos. Pero el mayor campo de batalla de esas emociones está en el rostro de Jennifer Lawrence, que desde que comenzó la saga hizo las películas más diversas, trabajó diferentes registros, ganó un Oscar y un par de Globos de Oro. Acá, en medio de la batalla, puede mostrar todo su talento actoral: ya verla llorar babeando genera una empatía que atraviesa la pantalla.

De Donald Sutherland poco podríamos agregar que no se supiese: su Coriolanus Snow es la dura fachada de quien ha hecho todo para mantener el poder, con el conocimiento de que quien a hierro mata a hierro muere. Nuevamente, explota la química con la protagonista, en los momentos que comparten.

Del otro lado, Julianne Moore le pone una voz amable y maternal a Alma Coin, con su sonrisa de paletas prominentes: sí, la oscuridad también puede esconderse atrás de modales correctos y sonrisas afables y conmovedoras: la política del mundo actual da muestras de eso a diario.

Lo de Josh Hutcherson como Peeta Mellark es complejo, porque si bien su actuación es en general irreprochable, es difícil de pensar que le esté ganando terreno en el triángulo amoroso al potente (y fachero) Gale Hawthorne encarnado por Liam Hemsworth: quizás porque la empatía actoral no es matemática.

Philip Seymour Hoffman hace su aparición póstuma como Plutarch, con las suficientes escenas como para darle dimensión a ese capitolino rebelde que cree en Katniss. Woody Harrelson tiene algunas escenas para lucirse como Haymitch Abernathy, uno de sus mejores personajes de los últimos tiempos.

Entre los que vuelven con momentos de lucimiento están Sam Claflin como Finnick Odair (épico), Willow Shields como Primrose Everdeen (la hermanita que disparó todo), Elizabeth Banks como una reconvertida Effie Trinket, Mahershala Ali (el Remy Danton de House of Cards) en la piel de Boggs, Natalie Dormer como Cresssida y una enorme Jena Malone interpretando a una Johanna Mason esquelética y más resentida que nunca. Y podríamos estar nombrando elenco durante muchos más párrafos.

Las puertas del mundo nuevo están abiertas: la esperanza de una nueva vida es posible, incluso para la chica que tuvo que ser estandarte de una revolución.