Sinsajo: Parte 1

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

La revolución será televisada

Finalmente se acabó lo que se daba, y llegó el momento que miles de lectores alrededor del mundo estaban esperando. Si “Los Juegos del Hambre” había planteado la supervivencia en el susodicho torneo, y en “Los Juegos del Hambre: En llamas” parecía repetirse la lógica para distorsionarse hasta el estallido (literal) del final, “Sinsajo Parte 1” obviamente nos lleva a otro lugar: todo lo conocido se ha desvanecido.

Hay que reconocerle a Suzanne Collins que su Saga Distritos no sólo fue punta de lanza para una línea de la proclamada literatura juvenil que se apoya en futuros distópicos (donde Divergente de Veronica Roth, “La huésped” de Stephenie Meyer y Correr o morir de James Dashner acompañan con prestigio), sino que ha revitalizado al alicaído género de la ciencia ficción, abrazando una de sus funciones históricas: reflexionar sobre los dilemas de nuestro presente, amplificados por la imaginación y la proyección en el tiempo.

Quienes vienen siguiendo la saga saben de la historia de Panem, esa Norteamérica postapocalítica que, tras una guerra civil, quedó dividida entre un Capitolio que vive en el lujo a costa del vasallaje de los periféricos distritos. Como castigo a aquella rebelión de hace 75 años, la pena recordatoria son esos Juegos del Hambre, un reality show sangriento donde jóvenes de los distritos deben matarse hasta que uno sobreviva. Todo muy cruel, y televisado.

Pero todo eso terminó con el último flechazo de Katniss en el final del último filme. Ahí supimos dos cosas: el extinto Distrito 13 resiste bajo tierra, y las actitudes de Katniss en la arena se han convertido en un estímulo para la revuelta de los oprimidos. Operativo de rescate mediante, vemos cómo la joven Everdeen es recuperada por la alianza revolucionaria integrada por el Distrito 13, quintacolumnistas capitolinos (empezando por el ex director de los Juegos, Plutarch Heavensbee) y varios Vencedores del pasado (Haymitch Abernathy, Finnick Odair, Johanna Mason y Annie Cresta).

Revuelta mediática

El problema es que Peeta, el compañero y supuestamente ficticio amor de Katniss quedó en manos del presidente Snow, junto con Johanna y Annie. Así es que el Capitolio lo utiliza para quebrar a la chica y desalentar las revueltas, amén de que Snow no escatima crueldad (especialmente contra el Distrito 12, hogar de la muchacha del arco). Contra Peeta entonces, y estimulada por los rebeldes, la frágil heroína tendrá que convertirse ella misma en el Sinsajo, el emblema de la revolución. Y la lucha principal (más allá de toda la sangre que haya de correr) se dará en televisión: Peeta llamando a la reflexión desde la programación del Capitolio, y Katniss en los “propos” (cortos propagandísticos pensados por Plutarch y realizados por la directora Cressida y su equipo) que los rebeldes mandan a los distritos y, cuando pueden, al mismo Capitolio.

“La batalla es en el discurso y por el discurso”, diría algún académico posmo, y acá no es chacotera: la batalla se libra entre estudios con sillones y campañas con música, slogans y una chica bonita con un lindo prendedor y un vestuario que el diseñador Cinna le legó.

La adaptación del libro de Collins, extenso y triste, contó con la mano de la propia autora, junto al trabajo de Peter Craig y Danny Strong: ellos tomaron la decisión de cortar la historia en dos partes, a la manera del final de la saga de Harry Potter.

Francis Lawrence vuelve a ponerse detrás de las cámaras para narrar con el mix de técnicas usual: un poco de cámara en mano para primeros planos cálidos, y una realización más amplia para mostrar batallas y escenas colectivas, de las que habrá muchas: bombardeos y escaramuzas no se escatimarán.

Contracaras

El antagonismo declarado está en dos identidades contrapuestas. Jennifer Lawrence es intensa y visceral como Katniss: más fuerte que nadie pero demasiado frágil para soportar la tarea encomendada. Del otro lado, Donald Sutherland se relame en su rol de Coriolanus Snow, gélido y vengativo a la vez: uno puede sentir el aroma combinado de las rosas y la sangre.

En el medio, Julianne Moore busca matices en el rol de la presidente Alma Coin, líder del distrito 13, llena de vericuetos pero dura como la roca. El que está endurecido como soldado imbatible es Liam Hemsworth como Gale Hawthorne, de a poco distanciado de aquel muchacho que era (y de su relación con la protagonista).

Poco papel tiene aquí el otro galán, Josh Hutcherson como Peeta, un rehén cooptado por el Capitolio. También acotado está Woody Harrelson como Haymitch (no más de alguna escena suelta), y algo hay de la picaresca de Elizabeth Banks como la capitolina Effie Trinket.

Sam Claflin como Finnick construye un personaje más tridimensional, mostrando lo que había detrás del presuntuoso taxi boy del Capitolio. Sin demasiado esfuerzo, Natalie Dormer hace una Cressida interesante, secundada por el equipo de Evan Ross (Messalla), Elden Henson (Pollux) y Wes Chatham (Castor): los rostros nuevos que la producción gusta de mostrar en las promociones.

Dejamos para el final a Philip Seymour Hoffman, cuyo Plutarch tiene más desarrollo en esta segunda aparición, desgraciadamente estrenada tras su muerte (el filme está dedicado a su memoria).

Las cartas están echadas, la revolución está en marcha y esta vez será televisada: el último, que apague la pantalla.