Sinónimos: Un Israelí en París

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

"Sinónimos: un israelí en París", vestigios de un estallido

La presencia del actor debutante Tom Mercier es fundamental en este film en el que se sigue a un "auto refugiado" que no tiene quién le dé asilo. 

Hay una violencia, una locura en Yoav, que se intuyen en algunas miradas, algunas conductas límite, sin explicación aparente, y que eclosionarán finalmente en el muy civilizado ámbito de un concierto de música clásica. Cuando la cámara lo toma por primera vez, Yoav está recién llegado a París, con su mochila y sus recuerdos de Israel, del ejército, con los que quiere romper definitivamente. Cuando lo hace por última vez da la sensación de que dio vueltas en círculo, sin llegar a ninguna parte. Sin ir a ninguna parte, en verdad, porque su estada en la capital francesa es improvisada, intempestiva, sin guion. Es un auto refugiado, pero no tiene quién le dé asilo. Se lo tiene que buscar solo, y en tan corto tiempo y estando con lo puesto (ni siquiera con lo puesto, incluso) no es fácil. Mucho menos si hay algo en él que parece haber salido de carril.

La primera película del realizador israelí Nadav Lapid, Policeman(2011) estaba dividida en dos partes. La primera presentaba la vida cotidiana de un policía israelí; la segunda, el operativo-debut de un disparatado grupo terrorista. Sinónimos está dividida en mil partes: es como si algo hubiera estallado, y lo que vemos son los vestigios de ese estallido. Llegado a París por puro impulso (podría haber ido a parar a Londres, a Túnez o a Buenos Aires), la vida de Yoav es la que está estallada. Recién llegado se queda sin nada, tiene que salir desnudo al pasillo, a pedir ayuda. De allí en más conocerá a una pareja con la que “hay onda” (con ambos), pero son relaciones que no crecen. Se compra un Larousse de bolsillo y va repitiendo sinónimos y acepciones mientras camina por la calle, como un obseso. Entra a trabajar como seguridad en la Embajada de Israel, pero comete algo así como un acto de anarquismo solitario, que no es lo más indicado si se quiere conservar el empleo. Conoce a un judío-francés que cada tanto organiza batallas campales con skinheads del lugar. Posa como modelo ante un artista plástico que le pide que practique simulaciones sexuales.

Si algo falta en Sinónimos es continuidad, y esto es así porque la película se mimetiza con su protagonista. Las escenas parecen eclosionar unas contra otras, y los episodios por los que atraviesa Yoav pueden durar una o dos escenas. Salvo la relación con sus vecinos Emile y Caroline, que le dan abrigo de entrada y mantienen de allí en más una vinculación que en el caso de él, que es escritor, tiene que ver con su interés por conocer, apropiarse tal vez, las historias de Yoav en el ejército israelí. Y en el de ella… bueno, se verá. Las historias que Yoav le cuenta a Emile no parecen muy confiables: en una de ellas, una ceremonia militar es coronada por dos chicas, vestidas con ropa de fajina, cantando y coreografiando un tema pop. Cuando está solo, Yoav no se comporta de manera muy lógica: avanza a saltitos por una habitación, se pone a bailar como un desaforado en la cocina, mima los gestos de dos que se agarran a trompadas. Lapid arroja todo esto sobre el espectador en crudo, sin facilitar ninguna coartada, interpretación o herramientas de comprensión. Las cosas son como son, y suelen ser bastante extrañas en Sinónimos.

La presencia del actor debutante Tom Mercier es fundamental. Con un rostro casi tan brutal como el de un Jean-Paul Belmondo chiquilín, pareciendo de a ratos un niño desorientado y en otras ocasiones un demonio desencadenado, Mercier posee una alta capacidad de lo que se llama switch, y que consiste en pasar en segundos, en su caso abruptamente, de un sentimiento a otro, de una emoción a otra, de una acción a otra. Todo sin ninguna clase de explicaciones o reflexiones, tanto de su parte como de la propia película, que no pretende civilizar lo salvaje, dando lógica a lo que posiblemente no la tenga. No al menos la lógica que se maneja culturalmente, en la vida de todos los días.