Sinónimos: Un Israelí en París

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

Sin aliento

La película se puede resumir como la historia de una puerta que se abre y luego se cierra: la puerta de un gran departamento parisino que es también la de Francia. El hombre que la atraviesa, en una primera secuencia extraordinaria, se llama Yoav: un joven israelí particularmente bello, con una virilidad desbordante pero fuera de norma. Desnudo y despojado de todo, Yoav es cobijado por Emile y Caroline: dos jóvenes franceses que le ofrecen, entre otras cosas, algo para cubrirse. Entre los tres nace rápidamente una atracción insondable. El protagonista traza su camino en zigzag: la trayectoria imposible de un cuerpo masculino entre el nacionalismo y la poesía, entre el hebreo que se niega a hablar y el francés que declama, entre el hombre y la mujer como un tercero en discordia.

Al igual que su personaje, la película navega entre dos orillas: por un lado, la erotización de su actor principal con quien la cámara mantiene una relación casi animal, y por el otro una parodia de la virilidad que llega a su cumbre cuando filma un violento enfrentamiento entre dos paramilitares como una escena de sexo. La ruptura entre Yoav e Israel es un misterio que podemos intuir a través de la actitud furiosa y excéntrica del personaje. El joven se niega a pronunciar la más mínima palabra en hebreo, practicando en su lugar un francés literario y sorprendente. Mientras camina impetuosamente por las calles de París armado con un diccionario de bolsillo, los sinónimos brotan asociando palabras de forma poética con un placer tan sensual como sagrado. Los gestos en bruto del personaje, su movilidad vigorosa y la intensidad de su compromiso físico, contrastan con la apatía del decorado parisino. La puesta en escena es un registro coreográfico que se sacude, rompe el tono y propone desvíos inesperados que bordean lo experimental logrando que la ciudad se difumine como un fantasma.

El desplazamiento del cineasta israelí le permite poner su mirada a prueba de una realidad diferente: un diálogo cáustico entre dos culturas y dos cinematografías con el que Lapid redobla su propio cuestionamiento estético. Emile y Caroline pertenecen a una burguesía francesa letrada con su capital cultural y económico. La sátira política y social también los alcanza en una maravillosa escena en una disco donde la juventud dorada aparece como una masa vulgar y superficial. La presencia exaltada del joven israelí tiene un efecto regenerador en la pareja parisina. La actuación teatral de los intérpretes, con gestos grandilocuentes y tonos enfáticos, asimila la identidad a una representación. Yoav puede actuar como loco, rico, francés o israelí, adoptando la vestimenta y el idioma apropiados para cada ocasión. Nuestro héroe sediento de literalidad corre desesperado como Denis Lavant en Mala sangre, emula los gestos de Belmondo en Sin aliento, acepta los trabajos más extraños y recita de un modo desafiante La marsellesa en un curso absurdo para ser francés. Finalmente, pasar de un país a otro es sólo un intercambio de ficciones.