Sinister 2

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Se va al demonio

La segunda parte de la exitosa película de terror se queda a mitad de camino para ser una muy buena historia de este género.

Nada más que 10 minutos separan a Sinister 2 de la muy buena película de terror que hubiera podido ser, si los astros se alineaban, el director se le proponía y el guion de Scott Derrickson (autor de la Sinister original) se lo permitía. Por supuesto, no son 10 minutos de menos, sino 10 minutos de más. Los suficientes como para que haya que tildar con un signo neutro lo que hasta ese momento era positivo.

Uno de los méritos de esta segunda parte es que no pretende superar a la primera, que fue uno de los mejores productos del género de los últimos años. Arranca donde aquella terminó y recupera un solo personaje, el agente (ahora exagente) encarnado por James Ransone, cuya interpretación de un héroe patético es el máximo acierto del casting (no así la coprotagonista, Shannyn Sossamon, víctima de su propia apatía y de un vestuarista que se inspiró en Jesucristo Superstar para vestirla).

Ransone se mueve todo el tiempo por esa cuerda tendida entre el pánico y la curiosidad que es como un concentrado psicológico de lo que genera en cualquier persona el miedo a lo desconocido (o a lo demasiado conocido que se vuelve extraño). Su presencia tiene la rara virtud de aliviar la atmósfera sin despojarla de tensión y suspenso.

En el foco de la historia, otra vez hay niños, cuyas almas son siempre el botín más preciado del demonio (en este caso, en su versión noruega). Pero al revés que la primera –que se tomaba sus buenos minutos para entrar en tema– aquí el espanto se plantea desde el principio. Son dos hermanos que viven junto a su madre en una casa ubicada justo al lado de una iglesia abandonada donde ocurrió un crimen atroz.

Otra vez, también, hay una cámara y un proyector Súper 8, con varias cintas que contienen escenas de asesinatos de familias. El denominador común en todas esas películas caseras es la irrupción de lo siniestro: una tarde de pesca, una fiesta o una misa que de pronto se convierten en una carnicería.

Los 10 minutos problemáticos llegan, como es obvio, en las escenas finales, y si lo bueno erigido hasta ese momento se desmorona es porque el espectador debe conceder demasiado para creer lo que esta viendo, no lo sobrenatural, sino lo natural, lo físico, lo posible, justo lo que un buen relato de terror nunca debería traicionar.