Sinister 2

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

El Coco está en la casa

El espectador cree ver algo, concentra la mirada en un punto fijo, se acostumbra a la persistencia de la imagen, reduce su visión periférica y queda vulnerable a cualquier cambio repentino: un plano, un sonido, un movimiento de cámara. La artesanía del susto es sencilla pero precisa. El Exorcista III (The Exorcist III, 1990) fija el plano en un pasillo de un hospital durante 2 minutos y concluye súbitamente con las tres cosas: un close-up, un grito, un zoom.

La diferencia entre El Exorcista III y Sinister 2 (2015) son esos 2 minutos de fuego lento. Sinister 2 responde a una época en la que el ser humano ha esculpido sus ojos al ritmo de YouTube. Todo es más rápido, más estridente, menos memorable. La artimaña es la misma – la cámara desarma al espectador con falsos indicios – pero ahora el espectador está consciente de ello. Sabe por dónde viene el susto. Ha visto todos esos videos de miedo en YouTube. Entonces la película se apura. Hay muchos sobresaltos, pero en lo que va de terror, poco y nada.

En defensa de Sinister 2, la técnica es impecable. Remite a La noche del demonio: Capítulo 3 (Insidious: Chapter 3, 2015), otra película de terror con un sentido del timing muy bueno. Ambas fueron producidas por Blumhouse Productions, que además apadrina la saga de Actividad Paranormal. La sugestión es mucho pedir de estas películas, pero hacen buen uso con los recursos que cuentan. Todas están cortadas de la misma tela, bastante barata: hay una casa, actores mayormente anónimos y un monstruo sobrenatural que mora en el fuera de campo.

La película trata sobre una una madre (Shannyn Sossamon) y sus dos hijos, Zack y Dylan, que huyendo de un padre abusivo se refugian en una casa de campo. Lo interesante de la película es que se apega a esta historia de abuso doméstico y violencia familiar, y no la descarta así como si nada por un relato de horror sobrenatural. Más bien entrelaza ambos, y opone al patriarca abusador con un ex oficial de policía (James Ransone, haciendo de buenazo) que entre sus investigaciones sobrenaturales se convierte en la nueva figura paterna de los chicos.

Resulta que la casa está embrujada por una especie de Hombre de la Bolsa y los fantasmas de los niños que ha raptado a lo largo de los años. Los niños desafían a Dylan a mirar películas snuff en el sótano de casa, rodadas en 16mm para mayor escabrosidad. Las películas son un recurso que regresa de Sinister (2012) y refuerzan la idea de que estamos experimentando el equivalente a videos de miedo en YouTube. ¿Quién no ha sido desafiado por un amigo a sufrir lo insufrible en la forma de un video asqueroso?

Todo esto tiene su morbo, pero cuanto más vemos menos impresiona. Todas cuentan la misma historia – el sacrificio ritual de una familia – así que, ¿para qué mostrarlas todas? Los niños son de esa variedad tan obviamente maligna que el proceso de extrañamiento no surte efecto, y terminan siendo lo más inocuo de la película. El Hombre de la Bolsa se ve intimidante y tiene un parecido irónico a Michael Jackson, pero nunca llega a hacer nada para consolidarse como un villano formidable. Lo único que hace es quedarse parado e importunar transeúntes.

Usualmente a las películas de la Blumhouse se le perdonan todas sus flaquezas a cambio de por lo menos dos o tres buenos sustos; ésta apenas tiene esa cantidad. Y sin embargo la película funciona porque no apuesta todo al sobresalto fácil y la mitología berreta e inconsistente a la que se aferra. En el fondo está sostenida por un drama familiar que, por caricaturesco que resulte, da solidez a la película.